Un blanco de magia frutal

Habla con su perro, huye del teléfono móvil, siente el viñedo como un desafío, y filosofa a martillazos. Así es Emilio Rojo, un ingeniero de telecomunicaciones que tenía la vida resuelta en Madrid, pero volvió a su tierra orensana, reformó el viejo viñedo de su padre -apenas 2,5 hectáreas-, invirtió los ahorros en modernizar la pequeña bodega familiar y comenzó a elaborar uno de los mejores blancos de Ribeiro, y por extensión de España.

Y es que Rojo hace vino por imperativo categórico, como experiencia vital, de forma que si la cosecha no alcanza la calidad exigible, no elabora. Pero cuando el año acompaña, entonces hace filigranas de sutil elegancia con sus maravillosas uvas treixadura y lado, los varietales esenciales a los que añade pequeñas cantidades de loureiro y albariño. Así consigue que su blanco ofrezca una expresión aromática aparentemente discreta, pero llena de la magia frutal y herbácea de las tierras fluviales.

Por eso, sin impacientarse, hay que dejar que la nariz se empape de los matices minerales, del hinojo y la fruta exótica. Luego, un sorbo lento para que la boca se relaje con la caricia untuosa, que tapiza el paladar de seda perfumada. Y después, una sensación de plenitud que sólo consiguen los vinos donde el autor se ha dejado el alma.