Bajo mínimos

Sin duda interesado más por el tan hispánico terror pretérito de bajo presupuesto producido entre los años sesenta y setenta -de Paul Naschy a Amando de Ossorio, de Carlos Aured a León Klimovsky o Jesús Franco-, el andorrano David Pujol se ha inventado, para su debú en la pantalla, un impensable cuento de terror gótico en el que un niño (Fernández), que ha perdido a su familia, se ve de pronto viviendo con una enigmática tía (Randall) en Galicia.

No se trata de pormenorizar las peripecias del guión, pero sí de mencionar sus ítems, para que se vea de qué va: hay un libro terrible, un cura tierno y un estudioso local; hay un niño muerto y hasta una mansión recorrida por los pasos amortiguados de un perro.

Con estos ingredientes, un niño actor que no es que esté verde, sino que directamente no es actor, y peripecias que de tan insólitas se vienen abajo de puro inverosímiles, Pujol avanza a trompicones por senderos narrativos plagados de minas que, en su impericia como guionista, él mismo ha ido desperdigando. El resultado es previsible: una película insólitamente débil, casi amateur; una de esas criaturas sobre las que cabe hacerse la más terrible de las preguntas: para qué la han hecho.