Educación

Dado que soy un probo empleado de la Universidad, muy concernido por la miseria de la enseñanza en España, trato de leer todo lo que se imprime sobre la nueva ley: resúmenes, opiniones, discursos, insultos. La Universidad está ya tan catatónica que será muy difícil empeorarla, pero esta ley, a lo que se me alcanza, no habla de enseñanza, sino de burocracia. Habilitación de funcionarios, elección de rectores, régimen laboral de los docentes, selectividad, evaluaciones, rituales, liturgias... Como si para poner remedio al descrédito del catolicismo se redactaran nuevas normas para elegir obispos, cubrir el seguro de los párrocos y ampliar el horario de los monaguillos. El auténtico problema de la Universidad es que los alumnos carecen de formación básica, los edificios son lamentables, la investigación nula, los profesores unos parias y el presupuesto del Estado ridículo. Yo diría que la elección del rector es el menor de los problemas para todos aquellos que no tengan la personalidad del señor Villapalos, cuyo recuerdo como rector es imborrable.
Si algún día los profes de la Universidad decidiéramos exponer a la atención pública los mejores exámenes del año, se armaría la de Dios es Cristo, porque muestran un pensamiento rudimentario. Como en todas partes, los aprendizajes técnicos van tirando, pero la Universidad no está para crear súbditos de multinacional, sino para formar ciudadanos. Y estos ciudadanos carecen de una visión adulta del mundo que les rodea y que va a chuparles la sangre sin misericordia. No es culpa de los alumnos, ni de los profesores de enseñanza media, los cuales bastante tienen con salir ilesos de clase. En realidad, no hay culpables, sólo una colosal indiferencia. Tras cuatro siglos de eficaz labor cretinizadora, es difícil cambiar los hábitos de un país. Quizás crean que exagero, pero cualquier bachiller italiano tiene una cultura general superior a la de un universitario español. Ya van dos generaciones sacrificadas, aunque, eso sí, contamos con el mayor número de alcohólicos jóvenes del mundo.
Me importa una higa cómo se elija al rector. La nueva ley sólo disimula la barbarie en la que chapoteamos jubilosamente. Y la pasión hispana por la burocracia.
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