'Tocomocho'
Oigo en una emisora que el escándalo de Gescartera ha ratificado a Aznar en su intención de presentarse a las próximas elecciones. O la emisora no lo sabe, o Aznar no lo dice: no se explica la relación entre las dos cosas. Es muy posible que no quiera exponerse a perder las elecciones. El caso ha herido profundamente al PP, por mucho que se retuerzan sus portavoces para evadirlo. Describe una España de compadrazgos, de estúpidos sinvergüenzas favorecidos por una situación de capitalismo inconsciente que ha instaurado ese partido. Más que el dinero perdido, lo sucio es ese entramado de 'padres de la novia', como dice uno de ellos, y su capacidad para convencer a los tradicionalistas de la derecha sociológica para la complicidad pasiva, esa rueda de regalos de joyas, esos discursos de imbéciles para robar a imbéciles, que es la gran técnica del estafador, del tocomocho.
Las sesiones de la comisión investigadora del Senado que retransmite CNN+ pueden hacer enrojecer. No digo el rubor de la vergüenza, sino la tendencia de volverse rojos políticos a quienes las vean. Hay entre ellos un porcentaje alto de miserables tontos, de gente que tiene la costumbre de hablar a los demás como si se les pudiera engañar; a veces lo mezclan con lo altivo, otras con el gesto de inocencia de quien no sabe por qué está allí. Y las escenas de las espaldas vueltas o de las manos que no se quieren estrechar no hacen más que ratificar la suciedad de todo: si esas personas no son dignas, que no estén allí. Se está tardando demasiado tiempo en el 'caiga quien caiga' que emitió Aznar. Puede que sea injusto que vaya a caer él mismo, y algunos de los que le rodean los viernes de Consejo por haber nombrado ladrones, y por haberles defendido en los primeros momentos con la fe del carbonero o con el miedo del connivente. Pero no será injusto que se vayan por haber sacado esta España antigua de sus arcas, el estilo de la rueda de amigotes sin escrúpulos. Lo heredaron del franquismo; pero en el franquismo había censura.
(Y en eso me asalta una angustia: ahora no la hay, pero lo que se sabe y se publica no produce los efectos naturales. En uno de mis numerosísimos raptos de error, pensaba entonces que el día en que se pudieran publicar las cosas no sucederían las estafas. Un exceso de fe en mi profesión).
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