Bajo influjo femenino
La incorporación definitiva de la mujer en el mercado laboral se produce a lo largo del siglo XX. Atrás quedaba su destino divino para criar hijos y mantener vivo el fuego del hogar para feliz solazamiento del marido. Este cambio tan importante en el comportamiento social fue motivo de inspiración y tratamiento para ensayista de todo genero y color. Entre otros encontramos al fotógrafo Garry Winogrand (New York, 1928-Tijuana, 1984) que entre un legado inmenso de clichés nos ha dejado una serie referente a la mujer auténticamente ejemplar. Ahora, a caballo entre agosto y septiembre, podemos ver una muestra de ello en la Sala de Cultura de Elgóibar organizada por el grupo Ongarri. Son imágenes de la colección particular de Lola Garrido agrupadas bajo el título de Women are Beautiful.
En 1948, siendo estudiante de arte, Winograd descubre la fotografía y deja de lado la pintura. Alumno de fotoperiodismo en la Nueva Escuela de Investigación Social en Nueva York, tiene como profesor a Brodovitch, entonces director artístico de la revista Harper's Bazaar. Éste le transmite los conceptos del contraste, el ritmo y la búsqueda de elementos inéditos. De esta manera va a favorecer la emergencia de una fotografía más libre, más espontánea, con referencia clara en la instantánea. Es la semilla de un estilo poco convencional, típico de la posguerra, con blancos y negros que realzan una dramaturgia lírica enriquecida por una iluminación expresiva.
No obstante, cuando descubre los trabajos de Walter Evans lima su manierismo académico y adopta un criterio de mayor claridad descriptiva, siempre cargado de una gran complejidad visual. Así se convierte en un autentico investigador social que va captando con su cámara matices de los ambientes más dispares. Las escenas callejeras, de donde están extraídas la mayor parte de las imágenes que ahora podemos contemplar en Elgóibar, son elemento imprescindible de su búsqueda, donde hace gala de su capacidad para ofrecer una brutal literalidad de los hechos que pasan ante sus ojos. Convertido en un clásico de la observación del proscenio público, sus imágenes se han recogido en varios libros y han recorrido los circuitos expositivos más prestigiosos. Una de sus más notables retrospectivas, a modo de aproximación antológica, fue organizada por el MOMA de Nueva York en 1988. Sus últimos años de actividad fueron más moderados en su visión radical de las cosas y jugó sobre la noción de la distancia.
Winogrand, no sólo fue un cronista general de la sociedad urbana en EE UU, su elección de personajes anónimos no sólo muestra la geometría de sus cuerpos y facciones, en el momento fugaz de la toma incorpora un singular estado de ánimo. Incluso establece una segmentación temática que incorpora un indescriptible valor añadido. Así ocurre cuando se fija en la mujer. Están incorporadas en un mundo en ebullición. Las presenta liberadas de corsés impuestos por criterios ancestrales; solas o en compañía, se mueven por las calles de una ciudad que les pertenece. Con una cámara de paso universal (24x36) y un objetivo gran angular (28 o 35mm.), pocos son los detalles anodinos que deja pasar a sus encuadres. Los componentes principales pueden resultar aparentemente independientes pero su magia visual los entrelaza para conformar una metáfora cargada de significados.
Los escenarios no son nada rebuscados. Con su forma de hacer, la parada de un autobús puede dejar de ser un sencillo lugar de espera y pasar a convertirse en un espacio de reflexión o un observatorio privilegiado del transcurrir de la vida. Un banco publico lo convierte en un confesionario de intimidades femeninas, además de un escaparate para un estilo de convivencia.
La campa de unos jardines la transforma en solárium donde una mujer, acompañada por su pareja, canta a la libertad mostrando su cuerpo al sol con desparpajo. Una acera recoge un abanico de mujeres contrastadas en su diferentes vestimentas pero unidas en un trasiego de actividad. Así y más para la magia de un autor inolvidable.
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