Canciones de verano
Somos, entre otras cosas, las canciones que oímos, las que queremos y las que no queremos escuchar. En la memoria incierta y en los discos compactos habitan las canciones de la guerra, los villancicos de las noches de paz, los grandes éxitos y algún que otro fracaso inolvidable. Pero lo peor de todo es la canción de moda, la canción del verano machacona, pegajosa como un chicle mascado que consigue adherirse a nuestras fatigadas y vetustas neuronas como un cartel a un muro, que diría Blas de Otero; como una garrapata o un ortóptero, que diría Kafka.
La canción del verano es un delito que, incomprensiblemente, no está tipificado por la ley. Es una droga cuya nocividad no preocupa a la Organización Mundial de la Salud. ¿Quién nos defiende en bares, aparcamientos públicos y centros comerciales erizados de ocultos altavoces de esa masa de carne gritadora llamada King Africa, de sus horribles bombas y de sus espantosos carnavales?
Esta vez, sin embargo, el responsable del delito no es el gordo King Africa, ni siquiera el risueño Georgie Dann. Nadie podía sospecharlo: la canción del verano, la auténtica, apareció en la orilla de la playa como el precio sonoro de un naufragio. Jaime Morey, el mismo, el de hace tanto, el cantante de siempre, regresaba del sueño, de la noche de piedra de las salas de fiestas y de las discotheques de los años 70. El cantante aparece convertido en director general de Gescartera Holding 2000 (un nombre de película de Ozores) y de repente vuelven sus canciones, los recuerdos que la buena memoria tenía sepultados en la arena. Los ahorros de la Asociación de Huérfanos de la Guardia Civil, los de la ONCE, los de la Mutua de la Policía o los del Obispado de Valladolid se han volatilizado.
La canción no es la misma, pero recuerda mucho al cantar de Roldán, el benemérito. Los estribillos se parecen algo, todos tienen un aire de familia, de canción del verano. Son temas pegajosos, canciones peligrosas como la dinamita. Si no cambia el disco, al aznarismo el tema de Morey puede estallarle lo mismo que la bomba de King Africa. El mal gusto no tiene perdón.
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