El Guggenheim se va a los barrios
Una actividad del museo enseña a un grupo de mujeres de Portugalete a contemplar y crear arte
La idea parecía interesante: acercar el Museo Guggenheim a la asociación Amigas de Repélega, un barrio de Portugalete tan alejado de la suntuosidad y cosmopolitismo del edificio de Gehry. Pero, ¿de qué trataba realmente la iniciativa del área de cultura de la pinacoteca de Bilbao para llevar el arte a los barrios? ¿Cómo trasladar la simpleza y complejidad que esconde la Colección Panza, exhibida actualmente en el museo, con sus 105 obras de 23 artistas? La respuesta había que buscarla en el centro social de Repélega, donde se desarrollaba la experiencia, integrada dentro del programa de voluntariado de la pinacoteca.
A primera vista, lo único artístico que sobresale colgado con chinchetas sobre la pared del aula convertida en taller es el triángulo azul, rojo y amarillo desbordando de color en una reproducción de la Montaña Azul y las formas geométricas de Composición VIII, obras ambas de Kandinsky. La influencia directa que el color ejerce sobre el alma, según decía el pintor ruso, pudo propiciar que el pasado miercoles 17 mujeres, amas de casa en la cincuentena de su edad y sin apenas más conocimientos artísticos que su ilusión y varias clases didácticas recibidas dentro del mismo programa, convirtieran en dos horas la fría aula en una sinfonía cromática. Era un pequeño taller minimalista, porque de arte minimal trataba la clase, la quinta del programa.
'No vamos a exponer en ninguna sala, así que no os preocupéis si la obra queda más bonita o no. Centraos en el proceso de creación. Siempre hay dificultad y los creadores también se enfrentan al lienzo en blanco', explica y anima con entusiasmo Juan Carlos Marqués, licenciado en Bellas Artes y profesor de Enseñanza Media, quien colabora como voluntario en el proyecto educativo.
Las mujeres le escuchan con ilusión infantil cuando les habla de la reducción de lo narrativo a lo mínimo, de que no tiene que haber un porqué y les pide que creen formas caprichosas. 'La idea, el proceso de crear es más importante que la obra en sí', anima Marqués. 'Las amas de casa son muy agradecidas y ponen todo el entusiasmo', dice cuando no le oyen.
El taller de hoy, el último con el que se cierra el ciclo, se llama De lo mínimo a lo máximo e intenta ser el preámbulo para cuando el próximo día 7 visiten la exposición Percepciones en transformación: la colección Panza en el Museo Guggenheim.
Arte por terapia
El profesor distribuye los elementos de trabajo, cartulinas, transparencias multicolores de celofán, plásticos y tijeras e invita a crear mientras la música minimal de Wim Mertens suena de fondo. Mari Carmen, Inmaculada, Juani, Paquita, Tomi, Maritxu, Piedad y así hasta 17 mujeres (tres estaban ausentes ese día), casi todas con hijos, y con anhelos de aprender, pero, sobre todo, de vivir. 'Aquí, sacamos cosas de nosotras mismas que no sabíamos que teníamos dentro, ni que éramos capaces de hacer. Aprendemos a ver el arte de otra manera y además, nos sirve de terapia. Nos evitamos ir al psicólogo', explica Paquita, inquieta por descubrir, y las demás están de acuerdo.
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