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Marionetas, sombras chinescas y grifos

Proezas interpretativas

Faltan todavía 15 minutos para que comience la función en el recién estrenado Teatre Estudi, la sala más pequeña y experimental del nuevo Institut del Teatre de Barcelona. Pero los niños que, junto a sus padres, guardan cola para acceder a la sala, hace rato que perdieron la paciencia. Les espera una tarde de sábado lejos de la televisión y los centros comerciales, y la promesa de una experiencia diferente les mantiene alerta.La tierra prometida es en esta ocasión un espectáculo de sombras chinescas y proyecciones titulado El paladín de Francia, que se representa dentro del XIV Festival Internacional de Teatre Visual i de Titelles de Barcelona.

Desde el pasado día 7 y hasta el 19 de noviembre, el festival reunirá en la ciudad -en concreto, en las dos salas del Institut del Teatre, el Lliure y el Malic- una variada muestra del trabajo de diferentes compañías nacionales e internacionales (grupos de Rusia, Polonia, Bali y Australia, entre otros). Sus creaciones son exponentes de la versatilidad del género, en el que tienen cabida desde reflexiones filosóficas sobre el siglo XX hasta sencillos cuentos infantiles, explicados con las técnicas más dispares, en el amplio arco que une tradición y modernidad. La exhibición sirve también para probar las dos salas del nuevo Institut del Teatre, unas instalaciones que, a decir de algunos de los intérpretes, necesitan todavía ultimar su rodaje para funcionar a pleno rendimiento.

Cuando se abre el acceso al Teatre Estudi, un pequeño de no más de tres años acelera el gateo para llegar antes que nadie a su asiento. Las marionetas son, cada vez más, un género con oferta para todos los públicos, seguido por un número creciente de adultos. Pero a algunos les cuesta olvidarse de la etiqueta de teatro para niños con que se asocia a menudo este tipo de teatro y, así, un señor con cara de resignado apura el Sport, mientras a su lado su hijo palmea para reclamar que comience la función. A los pocos minutos, los segovianos Teatro Libélula, intérpretes del montaje, tienen a niños y papás en el bolsillo con su historia de moros y cristianos, castillos y doncellas, hechiceros y brujos. "Oh, es un mago", espeta una niña en voz alta. Otra, encantada con una frase dicha en escena, la repite en voz alta sin ningún tipo de reparo. Las carcajadas abundan y el ambiente se va caldeando.

A pocos metros, en la Sala Ovidi Montllor -la mayor del Institut del Teatre-, algo más de un centenar de adultos siguen un espectáculo narrado también con mucho humor. Es una peculiar versión de El Avaro, de Molière, en la que los personajes están interpretados por unos títeres todavía más insólitos: grifos, ordinarios y corrientes, de los que se pueden encontrar en cualquier cuarto de baño, aunque engalanados con faldones que les dan una prestancia inesperada.

A cara descubierta, sus manipuladores, Olivier Benoit y Miquel Gallardo, realizan auténticas proezas interpretativas que el público celebra, aunque con mayor timidez. Y gracias a sus piruetas actorales, los grifos discuten, se pelean, hablan e incluso hacen el amor en una escena cargada de poesía. Acabada la función, el público reconoce el esfuerzo de los actores con un aplauso breve. "Esta sala es demasiado grande para este tipo de montajes, teníamos cerca de 130 espectadores y parecía vacía. Además, es un espacio muy frío, con demasiada separación entre el escenario y las butacas", se lamenta Olivier Benoit una vez cae el telón.Pero pese a estos inconvenientes, el titiritero está seguro de que iniciativas como este festival sirven como plataforma de promoción, para crear circuito y ampliar el volumen de espectadores de un género teatral en el que tradición y modernidad conviven en plena armonía.

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