'Clutch player'
Repetimos: en la NBA los llaman clutch player. Son esos chicos especiales que piden el balón si hay que ganar el partido en la última jugada. Pueden tomar distintas apariencias; según épocas y escenarios se disfrazan de Magic Johnson, Larry Bird, Michael Jordan, Kobe Bryant o de Shaquille O'Neal, pero están unidos por un valor común: tienen el corazón caliente y la cabeza fría. Cuando las palpitaciones sacuden la cancha, son capaces de mirar el hondón del tablero sin transmitir la más mínima sensación de ansiedad. Reciben, seleccionan y resuelven sin mover una ceja.En la Liga española de fútbol Mendieta es uno de ellos. Tiene la inexpresiva figura de ninot que se describe en el manual del perfecto tahúr. Por eso los porteros deben olvidarse de su cara si quieren descifrar sus intenciones. Se aleja del arco, cuenta los pasos oportunos, alcanza la distancia de acecho y se transforma en un pistolero de escayola. Luego se pone en marcha sin titubeos; espera a que el portero descubra la línea de la estirada, se perfila con aire resignado, y al fin, movido más por la necesidad que por el entusiasmo, deposita el balón en la red como el mensajero deja en conserjería el décimo paquete de la mañana.
El domingo, ante Francia, había marcado un primer penalti lento y protocolario; más tarde fue sustituido, y en el minuto final el árbitro Collina pitó el segundo. Ausente el primer especialista, tendría que dar la cara el crack oficial. Lo lanzaría Raúl.
En la fracción de segundo que los grandes tiradores necesitan para sintetizar cualquier problema, Raúl procesaría varias ideas. Enfrente estaba Barthez, un gato escaldado en cientos de charcos. Aún llevaría en la boca del estómago el tibio derechazo con el que Gaizka le había mandado al suelo, hecho un ovillo. ¿Qué estaría pensando ahora? ¿Esperaría otro mendietazo? Probablemente no. Si era sensato se estiraría hacia su izquierda para tapar el ángulo natural en los goleadores zurdos, y en ese caso convendría disparar hacia su lado derecho. ¿Hacia su lado derecho? ¿Y si decidiera que un crack no puede permitirse un plagio? Había una salida: ajustar a la escuadra el toque de Mendieta. Se puso la máscara, señaló el zurdazo natural, armó la pierna y armó la marimorena.
Sucedió en Brujas, y las brujas le abandonaron a su suerte en la ratonera de la fama. Como cantó el eminente cardiólogo Joaquín Sabina, tiene diecinueve días y quinientas noches para olvidar el plantón.
Mucho insomnio para un artista de arrabal.
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