Camps

El consejero de Educación, Francisco Camps, ha decretado la persecución de los profesores de valenciano que no adapten su verbo al texto estaturario, aunque en el punto concreto sea fruto de una coyuntura cafre y niegue lo que él representa. Es la distancia entre un político y un polizonte. Y sin embargo, éste es un gesto que lo emparenta con el mundo de los vivos. A primera vista, Camps parece mordido por un vampiro. Lo primero que le buscas es la diéresis en el cuello. No la lleva. Es más: la luz del día no lo fulmina y los crucifijos no le provocan precisamente urticaria. Los tolera, y cómo. Quizá su palidez fuera un síntoma de muchas horas en los intestinos del partido, aunque estampada sobre su cara románica se confundía con la santidad. A su cutis exangüe, casi de merluza hervida, como el de los cristos muertos de Ribera, sólo le faltaba el claroscuro que le proyecta Zaplana, quitándole plano, para parecer un santo. Pero por contra, su homenaje a la hoguera, con persecuciones y criminalizaciones de nombres capitales para la lengua, lo ha humanizado. Le gusta la carne asada. Había pasado por las concejalías de Tráfico y Hacienda sin que su gestión hubiese servido para bien o para mal, puede porque lo habían templado los jesuitas y le habían tensado los cigüeñales en los hangares de la calle Génova de Madrid, donde había ocupado la vicesecretaría nacional de Nuevas Generaciones (NN GG) durante la época dorada de este vivero de supernovas a punto de estallar. En un tiempo en que tener vocación política y ser de derechas era un acto lenitivo para la sesera, Camps hacía ejercicios de contricción tomando infusiones con el presidente de NN GG, el vallisoleteano Tomás Burgos, para demostrar que el progreso y la ciencia no estaban reñidos con la derecha. Hasta ahora la fuerza de Camps había radicado en la boca. De ella no había salido ni una palabra de más ni de menos. Se había limitado a exhibir la trayectoria de su labio superior, en la que se adapta, con un derroche de ergonomía, un albatros con las alas desplegadas. Se diría que el logotipo del PP se calcó de su labio en una de aquellas tardes de manzanilla bendita. Ahora este labio vuela como un alcotán sobre el pescuezo de los docentes. Picotea.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
¿Tienes una suscripción de empresa? Accede aquí para contratar más cuentas.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.
Sobre la firma
