Negruras coloreadas y amarguras edulcoradas
Todavía ayer, en el bajón de calidad que experimentó el concurso, la pantalla del Victoria Eugenia seguía impregnada por los rastros que dejaron en ella un día antes las negras y amargas imágenes fraternales de Barrio, pintadas con tinta china y sazonadas con acíbar.Ayer se proyectó aquí la película mexicana Un embrujo. La dirige, con buen gusto y sabor a cine bien hecho de Hollywood, Carlos Herrera; y la protagonizan Blanca Guerra y Mario Zaragoza, al frente de un largo y buen reparto. Se ve bien este fresco histórico sobre las raíces del movimiento sindical zapatista en una aldea portuaria del Yucatán en los años treinta.
Pero el relato se dispersa en ramificaciones que ocultan el tronco que debía tener, y no tiene, esta bienintencionada y brillante película, que endulza el amargo fondo de lo que narra. Ha querido Herrera abarcar demasiadas cosas y contentar a demasiada gente, cuando algo como lo que emprende no puede emprenderse sin aguar la fiesta a muchos. Un relato de negruras no se puede resolver con colorines; un retablo sobre la muerte de la esperanza revolucionaria mexicana no se puede contar con pinceladas, sino a brochazos; un calor humano tan pronunciado como el que despiden estas vidas quemadas no se puede edificar con tibiezas de estampita. No es posible acariciar a un toro bravo, hay que agarrarlo por los cuernos. Herrera domeña al tigre, lo reduce a gato.
Almíbar inglés
Casi lo mismo cabe decir de A kind of hush, dirigida por el británico Brian Stirner. Quiere hacernos entrar, y no lo hace, sino que finge hacerlo, dentro de un pozo negrísimo, una letrina, de la miseria europea actual. La ola subterránea -sólo se conoce de ella la cresta de su inmensa inmundicia- de pedofilia, de aterradora vulneración sexual de niños, que corroe como una lepra subterránea el optimismo histórico con que nos quieren hacer comulgar desde la impostura eurócrata.Pero Stirner reduce esta roña, que no admite más abordaje cinematográfico que el colérico, a un asunto sentimental propio del cine resultón y balsámico. Los productores de este engañabobos ganarán mucho dinero con esta edulcoración de un espantoso trago belga o inglés o español reducido aquí a gratificante llanto consolador, a melodrama individual barato.
Pero el dinero que se embolsen será dinero sucio, contaminado por la costra que acaricia, sin arrancarla y dejarnos ver la pus colectiva que encubre, que nos salpica a todos los europeos y que si no es abordada en forma de náusea más vale dejarla que se cueza dentro de la memoria del rencor a lo abominable, antes que convertirla en materia de un negocio fácil dentro de una pantalla suave, dulzona y cómplice de lo que simulando mostrar, oculta.
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