Patadas

De niño creía que Dios era delantero centro del Athletic de Bilbao, una especie de Zarra universal con botas de clavos y camiseta de rayas rojas. A medida que me hacía mayor el concepto de Dios fue adoptando distintas modalidades según los traumas que pasaban por mi nuca. Dios podía ser el guardia encargado de vigilar las parejas que se amaban en el parque, o un intelectual de izquierdas que salía en un debate de la televisión francesa fumando en pipa, o un terrorista vengador amigo de Gaddafi, o un pacifista con barba blanca al estilo de Lanza del Vasto, o un psicoanalista argentino sesentón con melena y vaqueros muy ceñidos, o un petrolero de Tejas con espuelas de oro, o un ecologista que se encadenaba delante de una central nuclear, o simplemente un Ser que desayunaba tostadas con aceite de oliva mientras contemplaba impasible el berenjenal que había creado aquí abajo. Ignoro qué ente es Dios, pero estoy seguro de que no va a misa los domingos, pese a las recomendaciones del papa Wojtyla; en cambio, puede que no se haya perdido ningún partido del Mundial de fútbol y sin duda verá la final sentado en la grada más alta del paraíso, que en los teatros también se llama gallinero. El cielo es el lugar desde el cual se divisan todos los estadios de la Tierra con una perfecta visibilidad de alcotán. Contemplada desde tan arriba, tal vez la vida humana tendrá la apariencia de un tejido confeccionado por las trayectorias de infinitos balones. Ahora imagino a Dios como la superestructura celeste de Ronaldo: ese que crea también el mundo con una sola patada. Esta tarde la voz de los locutores invadirá litúrgicamente las deshabitadas logias del Vaticano, los palacios, las chabolas y las selvas. Los presidentes de todas las naciones, con el Papa a la cabeza, asistirán hoy a la final del campeonato mundial de fútbol en medio de una suspensión planetaria, semejante al silencio de misa, que llenará de pánico a todas las fieras. La victoria producirá una explosión y la gente comenzará a devorar estatuas.
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