Pobre Eduardo
Hubo un tiempo en el que este estilo de teatro -y de novela, de cine- se llamó "rebequismo", porque así fue hecha Rebeca: el gran personaje no aparece nunca en escena, pero está presente en los actos de todos. En este caso es el denominado "pobre Eduardo": del que las mujeres se enamoran, y al que abandonan o no le facilitan nada; trabajan para él, editor que no paga nunca; vive de una manera desastrada y, al final, se suicida, y ese suicidio arroja también a todos, sobre todo a las mujeres que le amaron, la amargura quizá definitiva. Esto hace que la obra, desde un punto de vista teatral, falle en el sentido de que nada de lo trascendental se ve: todo se cuenta, todo se refiere, y gran parte de las relaciones de todos cambian durante el entreacto.No importa mucho: la escritura de Natalia Ginzburg (Palermo,1916-Roma, 1991) es tan atractiva, tan sutil, tan delicada y con el toque de humor cuando conviene, y la traducción de Camen Martín Gaite es tan acertada que no importa: se escucha el diálogo, sobre todo el dicho por Marta Fernández Muro y por Paloma Paso Jardiel, que crea un tipo de cuya cómica antipatía está bien conseguida, como las frases que coloca Carmen Losa, la sirvienta descarada.
La secretaria
De Natalia Ginzburg, traducción de Carmen Martín Gaite. Intérpretes: Marta Fernández Muro, Paloma Paso Jardiel,Joaquín Climent, Vicente Genovés, Carmen Losa, GoIzalde Núñez. Desatino Teatro. Vestuario: M. F. Muro. Escenografía: María Ruiz. Dirección: M. Ruiz. Circulo de Bellas Artes.
Llegan de fuera
La cuarta mujer es la actriz Goizalde Núñez: la secretaria. Por ella la función habría de clasificarse en un género muy característico, el de las personas que llegan de fuera y cambian a las de más, o las hacen verse distintas. En una casa de la burguesía intelectual, la secretaria, que no es ni secretaria ni nada, es una mucha cha fresca, como las personas mayores nos imaginamos que son las chicas liberadas, con su moto, su traje de cuero, sus impertinencias... Y su relación: .Eduardo, claro. Se entiende que esta persona, por ser natural, es la que trae una cierta "toma de conciencia" a los demás. Aquí hay, por tanto, tres obligaciones de género: el rebequismo, la re velación de la conciencia, la persona que llega de fuera. Más allá de esto queda la lengua de Natalia Ginzburg. Una gran escritora. Quizá los estudios que se le dedican en este tiempo se inclinan por su condición de escritora judía que sufrió bajo el fascismo; o por la de mujer. En este caso, mujeres son ella, la traductora, las actrices -los hombres no tienen más papel que el de patosos, inútiles: excepto Eduardo, el pobre Eduardo, que da la condición de tragedia-, la directora María Ruiz, que confirma su capacidad de mover estos personajes ligeros pero cargados de sensibilidad y amargura. No quiero decir con esto que sea una obra de mujeres para mujeres: es mucho más abierta, más general. Gustó mucho y el público, masculino y femenino, salió satisfecho.
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