El Mosca siembra en su patatal
El Santa Ana cae en un choque embarrado

El fútbol es utopía en un patatal como el del Mosca. Se supone que ayer se jugó allí un partido: en efecto, había pelota y 22 hombres luchando para alojarla en la portería contraria. El Moscardó, que se conoce mejor los baches, sacó partido a un duelo a trompicones entre dos equipos teñidos por la plasta marrón sobre la que se pringaron.Resulta encomiable que más de veinte profesionales estén dispuestos a sudar la gota gorda en una especie de campo de batalla pisoteado por un rebaño de ovejas y un puñado de vacas con diarrea. Lo del Mosca es más que un barrizal. El círculo central se antoja como un espacio ideal para la plantación de leguminosas. La banda derecha, sin embargo, podría destinarse a los especatáculos americanos de lucha femenina sobre superficie pegajosa y deslizante.
Pero, visto con buenos ojos, un campo así fomenta el espectáculo. El gancho del show: piruetas, resbalones absurdos y movimientos espasmódicos en el aire. El fútbol, desde luego, queda descartado. Lo más grave es que un patatal como ése es caldo de cultivo para las lesiones.
Con todo, el choque nació con un gol de David que ponía por delante en el marcador al Santa Ana. El Moscardó no tardó en poner remedio a este accidente: en el vigésimo minuto igualaba el partido. El equipo local luchó más y mejor. Evidenció un mayor dominio del juego aéreo, el único espacio por el que el balón se comportaba con la corrección habitual: en el resto del campo, cada bote era un capricho. Y, eso sí, botaba. Lo habitual era ver cómo los balones aéreos aterrizaban sobre una plasta, salpicando.
El estado del campo fue empeorando poco a poco, y un penalti fue la vía para romper las tablas. El árbitro tuvo que contar los pasos desde la línea de gol para determinar en qué lugar se situaba ese punto fatídico sepultado por el barro.
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