Recordar Auschwitz
HACE HOY medio siglo, tropas soviéticas en su imparable marcha hacia Berlín, con los ejércitos nazis ya diezmados, entraban cerca de la localidad de Auschwitz, en la Silesia polaca, en lo que en principio les parecieron unos campos de prisioneros ya abandonados por sus guardianes de las SS. Lo que vieron trastornó al mundo: millares de cadáveres, moribundos ya desahuciados, supervivientes que apenas se mantenían en pie con fuerzas para sonreír a sus libertadores.Éstos tardaron en comprender lo que era aquello: los barracones rodeados por alambre de espino, la entrada con su siniestro sarcasmo en hierro Arbeit macht frei (el trabajo libera), las rampas de descarga de los trenes, las duchas que eran cámaras de gas y los crematorios con los hornos que habían convertido en humo a centenares de miles de seres humanos. Auschwitz fue el mayor de los numerosos campos creados por el régimen nazi para aplicar un programa de exterminio de seres humanos por criterios de raza sin parangón en la historia. Un pueblo, el judío, fue la víctima principal. Y junto a millones de judíos, decenas de miles de miembros de otros pueblos, disidentes y opositores.
El nombre de Auschwitz se convirtió así en sinónimo del máximo horror que el hombre es capaz de infligir a sus semejantes. Y en permanente advertencia a los hombres de la necesidad de combatir desde la raíz toda discriminación racial y veleidad totalitaria. Porque en cada desprecio a un ser humano por el hecho de ser distinto está el germen de esta inmensa vergüenza de la especie. Medio siglo después, hay motivos de alarma. Las arrogancias nacionalistas, el racismo y el fascismo vuelven a ser opciones políticas en alza en muchas partes del continente europeo. De ahí la necesidad de reavivar entre las nuevas generaciones la memoria del horror de Auschwitz para que nunca más pueda repetirse.
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