Cristina de Borbón

cerró el madrileño bar Chicote a las tres y media de la madrugada del sábado. Es un decir. El legendario bar de la Gran Vía madrileña cierra sus puertas cada día a las tres de la madrugada. Y, un día y otro, los más rezagados apuran su penúltima copa tranquilamente, como corresponde al comportamiento galante del personal. La infanta Cristina, con una veintena de amigos y amigas -mitad y mitad-, tomó posiciones en la barra hacia las dos de la madrugada. Y el resto de la clientela ni se enteró, o daba esa impresión a base de buenas maneras. La Infanta bebió Cutty Sark con agua, y sus amigos tomaron cubatas y gin tonic; sólo una de las acompañantes pidió un mojito. Todos eran jóvenes y guapos, todos hablaban a tumba abierta, sin retenciones y simpáticamente; la Infanta le dedicó más tiempo a un chico un pelín más alto que ella, que vestía vaqueros, como la Infanta, y cazadora mahón azul. Algunos abandonaron la reunión antes que el grueso del pelotón; algunos, también, pagaron por su cuenta. La Infanta, al Final, le inquirió a un camarero de la barra: "¿%Se debe algo?". Todo estaba en orden. Antonio Ruiz, el maître, le ayudó a ponerse la parka, y ella le dijo: "Gracias". Luego, el maître les abrió a todos la puerta falsa, como a cada cliente retrasado, para que alcanzaran la Gran Vía.