Cifra de un poeta

Hay tres clases de poetas: buenos, malos y raros. Basilio Fernández es un poeta extraño, desconcertante y muy raro. Más que su obra, se diría que la verdadera poesía en él habría que buscarla en su vida. Y en un libro póstumo. Fue el único que publicó después de que muriera, de forma subitánea, en 1987. Por ese libro, Poemas 1927-1987 (Llibros del Pexe, Gijón, 1991), se le ha concedido ahora este premio nacional.Había nacido en Valverdín en 1909, en las tierras del Alto Torío, cerca de Cármenes, uno de esos pueblos leoneses que duermen bajo la nieve cinco meses al año, entre el Torío y el Curueño. Al poco tiempo la familia se fue a Gijón, donde su padre estableció un almacén de vinos y coloniales, y donde el poeta condiscipuló con Luis Álvarez Piñer, en 1922. Ambos tuvieron como profesor de matemáticas poéticas a un j oven llamado Gerardo Diego. Eso lo explicará en cierto modo todo.
Desde ese momento la relación de Basilio Fernández, así como la de Álvarez Piñer, estuvo marcada por su amistad con Diego. Este fue un hombre generoso. A Piñer le nombró administrador de aquella revista gongorosa que se llamó Carmen y se apellidó Lola, y a Fernández le dedicó, en verso, la Fábula de Equis y Zeda, una de esas bromas vanguardistas tan célebres como ininteligibles y encasquilladas. El nombre de Basilio Fernández iba a estar ya para siempre ligado no sólo al de Diego, sino a otros como el de Larrea, Huidobro, Reverdy, a todo lo que entonces tuvo un nombre sonoro: creacionismo.
Fernández se vino luego a Madrid y aquí terminó sus estudios de Derecho y conoció a los poetas jóvenes del momento. Luego se fue a Italia, donde publicó algún poema en Il Mare, la revista que dirigían Basil Bunting y Ezra Pound. Todas las vidas contadas en dos folios parecen siempre una novela apasionante. ¿Lo fue la de Basilio Fernández? No es seguro. La guerra le sorprendió en Gijón vendiendo cereales y género ultramarino. Le enrolaron los republicanos y lo licenciaron en Barcelona los nacionales. Entre medias, uno de esos capítulos de novela que no conocemos. A partir de entonces, su vida fue perfectamente gris. Si tuvo intención de hacer una antología con sus versos, la abandonó pronto. Los que le conocieron dicen de él que fue persona discreta y reservada. Era aficionado a los viajes, se quedó soltero y se dedicó al comercio de vinos hasta 1985. Le gustaba el jazz y viajar a Barcelona una vez al año. Hablaba poco de literatura. Todos estos datos los he obtenido del prólogo que su sobrino, Emiliano Fernández, puso al frente de este libro, todo lo que ese señor particular nos dejó por herencia.
Ínsula extraña
¿Y su poesía? Lo decíamos, una ínsula extraña que defendió el propio poeta con su silencio. Se trata desde luego de los versos de un vanguardista, aunque también en eso fue Basilio Fernández un vanguardista raro. Suena en sus poemas la voz de Virgilio leído con la linterna de Tzara o de Breton, a la luz de los ecos de Lezama o de Eliot. A veces, como en el hermoso Alto Torío, aparece su vida: "Mi niñez está aquí, pero tan sola/como el tomillo sobre la caliza, /consumida entre líquenes, /gastada por senderos que trepan a las cimas". Poemas así son infrecuentes en él. Abundan en cambio paisajes menos explícitos, alucinaciones de una vida enigmática y desconcertante, ejemplo de la desolación de lo moderno: "Una flor es una nariz perdida en el campo", escribe con perfecta seriedad.Es la vida de los poetas a veces tan misteriosa como su propia obra. En el caso de Basilio Fernández, parece que luchó porque una y otra no rebasaran los límites de su propia sombra. "Nadie sabe de ti/ni de tu nombre en cifra", dijo de sí mismo con esa seguridad que sólo tienen los poetas. Hasta el extremo de que tal vez el poeta, una vez más, tenga razón.
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