Una paz esquiva
DIEZ AÑOS de guerra civil, 75.000 muertos y el terror de una población atenazada entre dos bandos (por una parte, un Gobierno fuertemente condicionado por el ejército y, por otra, la guerrilla) no han alterado los presupuestos doctrinales y el absoluto antagonismo que divide a la ciudadanía de El Salvador. La elección como presidente del candidato de la extrema derecha, Alfredo Cristiani, que sucedió al democristiano Napoleón Duarte, refleja la polarización que ese enfrentamiento ha provocado.En cierto modo, la guerra civil salvadoreña es la sublimación de los conflictos que en la última década han sido típicos no sólo de Centroamérica, sino de un mundo bipolarizado. La desaparición de las tensiones entre las dos superpotencias ha propiciado acciones conjuntas de paz (Afganistán, Namibia); cambios sustanciales en las políticas exteriores (el de Washington respecto a Camboya); significativos silencios (el de Moscú en la solución del problema de Nicaragua), o colaboraciones sensatas (conflicto del Golfo). A ello se añade ahora un gesto conjunto sobre El Salvador: el pasado día 18, los Gobiernos soviético y estadounidense efectuaron un llamamiento al Gobierno y a la guerrilla salvadoreños para que intensifiquen las negociaciones con el fin de alcanzar el alto el fuego y un compromiso político para un futuro en paz.
Es la primera vez que Washington acepta como viable una colaboración soviética en una zona hasta ahora considerada por aquél como absolutamente privativa. Ello indica cuánto se ha avanzado en el camino de la concordia. Pero no permite echar campanas al vuelo: la paz en El Salvador está aún muy lejos, como lo demuestra la tragedia diaria que vive el país. No hay que olvidar que las bases profundas de la violencia se sustentan en una situación de injusticia social en la que conviven la extrema pobreza y la extrema riqueza. Cada vez que representantes de ambos bandos (lo que en el gubernamental incluye a todos los partidos políticos) se han sentado a negociar el fin de la guerra, siempre ha vuelto a saltar la chispa que anulaba todos los esfuerzos. El próximo día 4 se celebrará una nueva ronda de conversaciones en México; lamentablemente, su éxito depende más de la buena voluntad interna que de los oficios de las grandes potencias. O, con mayor propiedad, del modo en que EE UU y la URSS sean capaces de limitar las respectivas ayudas militares a los contendientes.
Es tan brutalmente incivilizada la acción del Gobierno ultraderechista de El Salvador, y de los paramilitares escuadrones de la muerte -denunciada hace unos días de nuevo por Amnistía Internacional-, que, una semana atrás, el Senado de Estados Unidos votó la reducción de la ayuda militar estadounidense a la mitad, confirmando así una decisión ya tomada en junio por la Cámara de Representantes. Sería un grave error del presidente Bush el vetar, como parece ser su intención, la enmienda con el argumento de no dar ventaja a los guerrilleros. La experiencia indica que la principal arma de la insurgencia ha sido precisamente la retórica antiimperialista amparada en esa ayuda del poderoso aliado del Gobierno.
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