Una guerra como Dios manda
En estos días se condena enérgicamente la anexión iraquí de Kuwait, un emirato que en 1961 era territorio iraquí y pretendió anexionarse Arabia Saudí. Pero en aquella ocasión acudieron otros protectores del mundo, los británicos. Para nada es comparable esta situación con la producida a partir del 20 de diciembre cuando Estados Unidos invadió y ocupó, hasta la fecha, Panamá. En esta ocasión, los protectores del mundo no pidieron ni permiso; claro, que su enemigo ni tenía armas químicas ni ambicionaba más que algo de independencia de su protector del Norte. En aquella ocasión, el resto de la comunidad internacional a lo sumo deploró la invasión y la justificó porque la causa, dicen, era justa. Tan justa como (valga la redundancia) ajusticiar a un narcotraficante. Y para ello desplazan a más de 20.000 soldados de élite, entran en combate los bombarderos Stealth lanzando bombas de 2.000 libras, arrasan barrios sup erpoblados, secuestran, interrogan, torturan y hacen desaparecer a miles de panameños. (Estos datos han sido tomados de un informe realizado por la Comisión de Derechos Humanos para Centroamérica sobre Panamá entre el 20 y el 30 de enero de 1990).Actualmente las tropas estadounidenses continúan en Panamá, y, según fuentes de la propia fuerza militar, unos 6.000 panameños han sido detenidos e interrogados en bases militares norteamericanas. Si esto no es una ocupación, que vayan a Panamá y pregunten a algún vecino del barrio del Chorrillo.
Que conste que ni defiendo a los norieguistas ni la actitud iraquí; más bien al contrario, defiendo ante todo la autodeterminación de los pueblos-
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