Cuerpo y alma
Sarah Vaughan no era una cantante como las otras, ni siquiera era una cantante de jazz como las otras. Tal vez no fuese casualidad que su primera aparición en público (un concurso para aficionados en el Apollo de Harlem en 1943) fuese cantando el emblemático Body and soul. Cuerpo y alma fue exactamente lo que la divina Sassy puso en sus interpretaciones desde aquel día. Y esto es mucho más de lo que el público puede esperar de un músico, de un cantante, por eso Sassy volaba a una altura muy diferente de la del resto de los músicos de jazz. Fue la musa del be bop: a su lado, Charlie Parker y Dizzy Gillesple revolucionaron el mundo del jazz, pero también supo ponerse al frente de orquestas sinfónicas para cantar sin miedo los clásicos de la música norteamericana o acercarse a los estándares más entrañables y sacarles las entretelas dándoles un toque diferencial que escapaba del círculo del jazz para tocar el corazón de los públicos más diversos, y convirtió en estándares muchas melodías que todavía no lo eran. Y Sassy supo cantar con su portentos técnica vocal a Lennon y McCartney con el mismo respeto y fervor con que entonaba negro spiritual durante su juventud en una iglesia de New Jersey, y supo hacer suyo el Brasil de Jobim con el mismo convencimiento con el que cantaba a GershwIn, a Berlín o a Kern.Y Sassy siguió al pie del cañón hasta el último momento, fiel a una música que era parte de su propia vida. Baste comparar su estremecedor Lover man del principio de su carrera, con toda la falange del bop en peso con su corta intervención en el último elepé de Quincy Jones; no hay ninguna diferencia, cuerpo y alma hasta en la última nota, hasta en el último suspiro.
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