Complicidad

No es fácil hacer películas convincentes sobre asuntos relacionados con la vida política. Y menos si se trata de la vida política española, sobre la que el nuestro cine tiene poco y mal entrenamiento. Se cae en lo externo y en lo sabido con facilidad, y éste es el caso de La diputada, que antes que nada parece una película ya vista y, sobre todo, una película ya olvidada.

No aporta apenas nada, ni argumentalmente ni en lo relativo a situaciones y personajes. Pero los restos de originalidad que, por los pelos, podríamos arrancar de La diputada, procedentes de la novela en que se basa, están de hecho anulados por eso que llaman exceso de dirección, que, por lo general, sólo es una manera de encubrir un defecto de ella.

Hay en La diputada, y de manera continua, subrayados y complicidades, que neutralizan casi todo cuanto hay de aprovechable en la idea argumental.

Y el filme resulta así dominado por los adornos y no por una sustancia de la que carece; por las ramas antes que por un tronco que sólo tiene en estado larvario.