La Iglesia somos todos

Acabo de leer el editorial La Iglesia somos todos (EL PAÍS del pasado 17 de septiembre) y por primera vez en mucho tiempo siento la necesidad de felicitar al editorialista por la claridad de exposición en un tema tan controvertido como es el de la financiación de la Iglesia (la católica, por supuesto).No; evidentemente, no somos todos Iglesia, y es por ello que muchos de los que no somos precisamente Iglesia sintamos una rabia contenida, por nuestra propia impotencia, de que nuestros impuestos (bueno, una parte de nuestros impuestos; cuantificar en este caso es lo menos importante) vaya a nutrir las arcas de un colectivo que, por razones históricas, las tiene muy bien nutridas, a tenor de la ostentación que de ello hacen a diario; a un colectivo en donde no se conoce el significado del vocablo paro; a un colectivo, en fin, que tiene un apetito insaciable para conseguir bienes, poder, etcétera, y lo trata de conseguir, y lo consigue, en este mundo, que, según ellos, no es más que una pequeña etapa. ¿Será que no se fían demasiado de ese otro mundo que ellos pregonan? Y pensar que la comisión mixta Iglesia-Estado, por lo que se refiere al Estado, la preside el ínclito don Alfonso Guerra. Ver para creer.-