Ir al contenido
_
_
_
_
Crítica:CINE
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

La ley del exceso

¿Cómo de un derroche de habilidad puede deducirse de pronto una torpeza? ¿Cómo un camino que conduce a la originalidad puede derivar hacia las rutas de la rutina? ¿Cómo un chaparrón de singularidad puede diluirse en una gota de agua común? ¿Cómo es posible dar un paso de transparencia y acto seguido otro de opacidad? ¿Cómo el exceso puede hacerse de pronto defecto? ¿Cómo la exuberancia puede adoptar in esperadamente los rasgos de una carencia? Véase La ley de deseo y estas oblicuas paradojas -que en realidad son variantes de una sola: ¿cómo puede el enorme talento de Almodóvar ser víctima de sí mismo?- serán respondidas en vivo.Como de costumbre en este singular cineasta, La ley del deseo es un arriesgado ejercicio, sobre la cuerda floja y sin red, de cine funámbulo, que discurre sobre los límites del principio de verosimilitud, ese que con un solo paso más allá haría caer a todo el tinglado dentro del sumidero de lo increíble.

La ley del deseo

Dirección Y guión: Pedro Almodóvar. Fotografía: Ángel Luis Fernández. Española, 1987. intérpretes: Eusebio Poncela, Carmen Maura, Antonio Banderas, Miguel Molina, Nacho Martínez, Fernando Guillén, Bibi Andersen. Estreno: Proyecciones, Madrid y Vaguada.

Pero, como casi siempre, Pedro Almodóvar introduce su gusto por lo excesivo en una manera de ver y de hacer ver las cosas tan medida y dominada, tan propia y coherente, tan fácil y deslumbrante, que asombra observar cómo sostiene, sin la menor sensación de esfuerzo, algo que, materializado en imágenes por cualquier otro cineasta, sería un disparate poco menos que insostenible.

Ése es uno de los aspectos del poderosísimo estilo de este cineasta. Si a este rasgo se añade su poco común capacidad para embutir en un mismo saco y mezclar con desarmante facilidad lo mejor con lo peor, se puede formular alrededor de él otra nueva paradoja, evidente en toda su obra y de la que esta película es un ejemplo diáfano: los filmes de Almodóvar no son del todo buenos, pero su cine sí es bueno, y observado en ráfagas no sólo bueno, sino excepcionalmente bueno.

Concretamente, en la Ley del deseo hay escenas que nadie que sepa mirarlas puede dejar de ver en ellas auténtico genio cinematográfico. El velatorio de Miguel Molina, la pelea en el chiringuito del faro, la prodigiosa escena de la manguera de riego en la noche de Madrid, la complejísima secuencia final, la entrevista a Poncela en televisión, entre otros, son instantes del mejor cine que se haya hecho nunca en España. Pero junto a estas maravillas conviven otros tiempos de cine común e incluso de cine vulgar.

Cumbres y llanos

Por ello, La ley del deseo es una muy bella y muy desequilibrada película. Sus imperfecciones saltan como chispas del rosario de aquellas paradojas que su visión provoca y que enunciamos arriba. El origen de los desequilibrios, que fuerzan al magnífico cine que hay en La ley del deseo a dar lugar a una película mucho peor que ese cine que contiene, hay que buscarlo, a mi juicio, en otros dos rasgos de la mal administrada riqueza del estilo de Almodóvar.Por un lado, hay tal exceso de inventos y de ocurrencias en la película que su abrumadora cantidad neutraliza una parte de su calidad. Al no dejar su rapidez de sucesión graduar cada invento y exprimir el junio que potencialmente contiene cada ocurrencia, para así extraer de cada una de ellas todas sus posibilidades, una parte de estas posibilidades se quedan inéditas bajo la línea de flotación de las evidencias visuales, como alardes de ingenio sólo enunciados y casi siempre deficientemente desarrollados.

Por otro lado, Almodóvar busca atropelladamente una sucesión ininterrumpida de instantes de cumbre, sin pararse a pensar que toda cumbre lo es siempre respecto de un llano. No hay hay por tanto en el filme sensación de elevación y esto le perjudica, en la medida que le impide engendrar expectativas en el espectador, relajarle para después tensarle, frenarle para después dispararle, darle respiro para permitirle después ahondar en sus propias emociones.

Pero ahí están aquellas maravillas -a las que hay que añadir las de las formidables creaciones de Carmen Maura y Eusebio Poncela- para hacernos olvidar que estos extraños errores se dan en un cine cuyo autor penetra en terrenos que sólo él osa explorar.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

¿Tienes una suscripción de empresa? Accede aquí para contratar más cuentas.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_