"No me la mató la represión, pero vino a morir aquí"
Ascensión de Flores, campesina de la zona central de El Salvador, llegó a la capital en 1981. Venía huyendo de las operaciones militares en el campo. La guerra civil en el país acababa de estallar. Sus amigos y familiares habían muerto. Se trajo consigo a su hija Norma, de 15 años. Desde entonces han logrado sobrevivir en San Salvador. El viernes último, el terremoto mató a la hija de Ascensión.
"Nuestra casita", explica, era una cabaña pequeña que habíamos construido nosotros mismos. Estaba allí, cerquita del río. Cuando vino el temblor le cayó encima todo ese montón de tierra. Pobrecita mi niña, no me la mató la represion, pero vino a morir aquí".
La comunidad marginal en que habitaba Ascensión es tan sólo una de las decenas de barrios pobres que han quedado virtualmente arrasados. La mayoría de sus habitantes son desplazada por la guerra.
Se estima, según investigaciones de organismos estatales, que hay cerca de medio millón de estos desplazados. Y ahora, con el sismo, las cifras más altas de muertos se dan entre ellos.
Ascensión de Flores, de 40 años, está llegando a los límites del agotamiento. Desde el mediodía del viernes está excavando junto a miembros de los servicios de rescate, tratando de encontrar el cadáver de su hija.
Toneladas de tierra cayeron sobre la cabaña y hasta la madrugada de ayer el cuerpo de la joven Norma seguía sepultado.
"Fíjese cómo es la vida. Nos venimos porque había matanzas. Teníamos que andar huyendo por los montes y no podíamos vivir en nuestros ranchitos. Aquí nadie nos ayudó, pasamos un montón de días sin comer, pero estábamos contentos, sabíamos que aquí no nos matarían. Y hoy esto, mire. No sé, pero parece que los pobres siempre salimos mal en todo", sentencia.
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