Guitarra cordobesa

José Antonio Rodríguez, joven guitarrista flamenco cordobés, no tuvo suerte con los elementos. Un viento desapacible y a rachas bastante fuerte molestó a la audiencia y suponemos que al artista. Por añadidura, hubo también irregularidades en el sonido.Rodríguez supo capear las circunstancias e hizo el concierto que venía dispuesto a hacer, con solvencia, calidad e incluso brillantez. Rodríguez, 22 años, progresa de manera claramente detectable. De un concierto a otro se nota una mayor madurez, un estudio constante, una ejecución técnica más afinada. En esta línea clásica que puede seguirse desde sus dos principales maestros -Manuel Cano y Serranito-, Rodríguez acusa una mayor sensibilidad a los sonidos nuevos, pero sin apearse un solo milímetro de la ortodoxia.

Se ha hablado del perceptible acento cordobés que tiene el toque de Rodríguez, y es casi inevitable hacerlo porque su concepción del concierto flamenco suele tener una solemnidad, un empaque, una sonoridad sólo posibles en ese tempo pausado, reflexivo, de sus interpretaciones. Por eso quizá en obras como el zapateado o la rumba, que hizo con brillantez y admirable riqueza de recursos, a mí me parezca menos él que en la compleja y difícil taranta.

Y sobre todo las alegrías cordobesas, de las que hace una hermosísima creación personal. Antes había tocado las alegrías de Cádiz, que hizo correctamente pero sin aportar nada muy propio, como hace en esas alegrías de su tierra que, por estar impregnadas del ritmo lento y suntuoso del flamenco cordobés, son perfectamente asimilables para el talento del concertista que mejor conecta con esa manera de entender lo jondo.