Parodias
El estrafalario prisionero de Zenda (The Prisoner of Zenda)
Director: Richard Quine.
Guión: Dick Clement, Ian La Frenais.
Música: Henry Mancini.
Intérpretes: Peter Sellers, Lynne Frederick, Lionel Jeffries.
EEUU, 1979.
Local de estreno: Avenida
Actores, guionistas y más tarde directores, Blake Edwards (1922) y Richard Quine (1920) colaboran en sus primeras películas, y durante los últimos años cincuenta y los primeros sesenta son los grandes de la comedia, norteamericana, como prueban Desayuno con diamantes (1961) y Días de vino y rosas (1963), del primero, y Me enamoré de una bruja (1958) y El mundo de Suzie Wong (1960), del segundo. A finales de los sesenta, por los cambios de Hollywood y la decadencia de la comedia, la carrera de ambos se tuerce, hasta quedar Edward relegado a las enésimas versiones de La Pantera Rosa (1964) y tenerse que refugiar Quine en la televisión.
Tras cinco añosSin actividad cinematográfica, desde el interesante W, Richard Quine reaparece con esta nueva adaptación de la conocida novela de Anthony Hope. Lejos de la versión muda de Rex Ingram, con Leslie Stone y Ramón Novarro, de 1927; de la sonora de Joan Cronwell, con Ronald Colman y Douglas Fairbanks, jr., de 1937, y de la coloreada de Richard Thorpe, con Stewart Granger y James Máson, en 1952, ahora Quine ha optado por la parodia y por aplicar la misma fórmula que utiliza su amigo Edward en su serie sobre La Pantera Rosa.
Esta no sólo es una película hecha a la medida de las posibilidades de Peter Sellers, sino que también desarrolla la moderna estructura de «dibujo animado». De la misma forma que La Pantera Rosa se reduce a las diferentes etapas de una continua lucha absurda entre los personajes interpretados por Peter Sellers y Herbert Lom, El estrafalario prisionero de Zenda es una sucesión de enfrentamientos entre el conde de Montparnasse y Rudolph de Ruritania por la posesión de Elke Sommer. Sin olvidar que Edwards, en La carrera del siglo (1965), ya hizo una primera parodia de la novela de Anthony Hope.
Mientras Edwards ha llegado a esta fórmula a través de un largo proceso de decantación, jalonado por las sucesivas versiones de La Pantera Rosa, a la que no es en absoluto ajeno el éxito de la serie de «dibujos animados» con los mismos personajes; Quine cae en ella como única manera de salir, aunque sea temporalmente, del duro destierro televisivo, llegar al cine,a la comedia, con un presupuesto de diez millones de dólares. Y si ambos logran los mismos resultados, en el caso de Quine resulta mucho más triste, en la medida en que siempre fue mucho mejor director.
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