Renfe: fiel a sí misma
El viernes día 15 de septiembre unos viajeros, en número aproximado de trescientos, aguardábamos con aire inefable la entrada en la estación de Chamartín, procedente del depósito, del TER con destino a Pamplona, que tenía prevista su salida a las 14.30 por la vía 14, según nos engañaba el vistoso panel electrónico de información; y digo engañaba porque pronto empezamos a descubrir que la espera rebasaba ampliamente la hora fijada y porque de vez en vez se nos hacían ciertas veladas, alu siones a través de los altavoces. Ya se sabe cuál es la reacción del experimentado viajero español en estos casos: elevar los ojos al techo, soplar con resignación -y algo de fastidio- y sentarse a esperar. Y esperamos. Dos horas. Por los altavoces se nos trataba de tranquilizar rehuyendo explicarnos el motivo y la cuantía del retraso. Al cabo volvieron a engañarnos -seguramente para que con el ejercicio desfogásemos nuestra ira- haciéndonos trasladar a un andén equivocado con las maletas a cuestas para luego obligarnos a regresar a la vía 14 primitiva, por la que por fin apareció el inefable TER. Pero los coches venían sin numerar, así que todo fue a continuación un empujarse por los pasillos buscando el vagón inútilmente, discusiones, fue una divertida zapatiesta tras la cual se vio que una buena parte del pasaje iba a tener que permanecer de pie, pese a haber abonado rigurosamente el importe equivalente a un billete con derecho a asiento... Por fin llegamos a Pamplona con sólo una hora y media de retraso -después de todo no es tanto-, contentos y felices de comprobar que al menos hay quien sigue permaneciendo fiel a sí mismo, consiguiendo que en ciertas cosas los españoles sigamos siendo tan... tan diferentes.
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