La Trinca, por la juerga a la intención
La Trinca realizó el miércoles pasado una experiencia interesante dentro de la serie de recitales que vienen ofreciendo en el teatro Martín. La idea era la de cobrar una peseta simbólica por la entrada, de tal forma que pudieran ver al grupo todos cuantos no pueden o no quieren pagar las 250 pesetas de la entrada normal.Todo hubiera ido muy bien si no llega a intervenir negativamente la empresa del teatro, que aparte de olvidar la existencia de dicho recital, ofreció a través de uno de sus responsables un festival alternativo de despropósitos, intentos de suspender la actuación en contra de la misma opinión de la policía, y que concluyeron con varios informadores en la calle.
En este ambiente de nervios, La Trinca consiguió imponerse (al menos, en la primera media parte que pude presenciar) a los elementos desatados. Si no fueran tan cachondos, la estética de La Trinca entrarla de lleno en los terrenos del kitsch. Adaptándose al aire de sus canciones (boleros, cha-cha-chas, rumbas, chotis y lo que se les ponga por delante), el grupo cambia de vestimentas y decorados, yendo desde bellas blusas pentagramadas, hasta smokings, pasando por chaquetas a cuadros coloreados, que encuentran su respuesta en el grupo rítmico dirigido con habilidad y magníficos resultados por Francesc Burrull.
La sátira implacable de La trinca (cuyos textos se traducían por medio de diapositivas) no conoce la improvisación. Todo el espectáculo está tan calculado como los de Ellington, logrando a pesar de ello (o tal vez precisamente por ello), una comunicación llena de espontaneidad. En cuanto a la música, puede decirse que está ahí para potenciar la juerga más que otra cosa. Las letras, que en el transcurso de Barcelona a Madrid pierden algo de su contenido, siguen siendo un desmadre festivo y lleno de imaginación.
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