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Alcaraz, entre lo divino y lo mundano: “Esta noche lo voy a celebrar, no os voy a engañar...”

El bicampeón de París, que ya suma cinco grandes y 20 títulos, sigue haciendo historia tras haber elegido una vía diferente, en la que no renuncia al disfrute

Alcaraz abraz el trofeo de campeón en la Philippe Chatrier de París.
Alejandro Ciriza

Pícaro, habla claro Carlos Alcaraz, consciente del revuelo que generó el estreno de su documental a finales de abril. Una vía transgresora, a contracorriente. ¿Hacer historia divirtiéndose y disfrutando, yéndose a “reventarse” a Ibiza a las puertas de Wimbledon, al circuito de Monza sin permiso o corriéndose de vez en cuando algunas juergas? De repente, el deporte de élite, tan crudo, tan exprimidor, se humaniza. Un talento contra sus circunstancias, las lógicas para un veinteañero al que se le abren las puertas de la gloria deportiva y al que se le niegan unas cuantas de lo mundano: comerse una hamburguesa con los amigos en El Palmar o salir de fiesta, trasnochar. Vivir.

Choca, teniendo en cuenta de dónde viene el tenis español; Rafael Nadal y esa línea del sufrimiento innegociable, el eje primordial. El único camino. O tal vez no. Se desconoce hasta dónde llegará, si durará más o menos el éxito o si a él mismo se le agotará la gasolina o el fuego interior, esa chispa para querer convertirse en el mejor de la historia. Quién sabe. El caso es que Alcaraz es fiel a lo que prometía desde un principio: hacerlo de un modo concreto, con todos los sacrificios, sí, pero sin negarse puntualmente esa otra parte a la que John McEnroe aludía en una entrevista concedida a este periódico antes de la final y en la que afirma: “¿Desahogarse? Todos lo necesitamos”.

Ha triunfado Alcaraz otra vez y suelta la pillería en el centro de la Chatrier, pensando en que se lo va a pasar pipa esta noche con todos los familiares y amigotes que han venido desde casa para animarle y que han vivido el desenlace del torneo con un nudo en el estómago: Carlitos, esto no se hace. “La verdad es que lo he disfrutado poco, tengo que verlo otra vez”, dirá luego aliviado su preparador, Juan Carlos Ferrero, en un encuentro con los enviados especiales. “No os voy a engañar, esta noche lo voy a celebrar”, despachaba antes el tenista, que tan solo ha perdido un partido en toda la gira. Fue en la final de Barcelona, cuando sufrió una rotura muscular ante Holger Rune.

Cartel luminoso en la Séptima Avenida de Nueva York para felicitar a Alcaraz.

“¿Fiesta? Bueno, le dejase o no, se iba a ir de todas maneras…”, concede el técnico, más que satisfecho con su jugador, autor de una remontada inverosímil ante un adversario al que le ha comido la moral. “Desde que le he coacheado, jamás ha tirado un partido, y hoy no iba a ser diferente. No es algo que me sorprenda, pero sí me sorprende que lo haya hecho por lo difícil que se había puesto”, amplía Ferrero, quien añade: “Carlos ha creído hasta el final, hasta la última bola. Me miraba y me decía: ‘estoy aquí. ¡Vamos! Una vez más’. Y con él todo es posible y lo ha hecho otra vez. Se ha convencido al cien por cien de que tenía que ir a por el partido. Otro éxito increíble”.

Mucho “corazón”

La voz del valenciano está quebrada por la celebración en el vestuario. Previamente, todavía sobre la arena de la Philippe Chatrier, el protagonista se expresaba feliz y contestaba al sueco Mats Wilander: “No sabía ni qué tenía que hacer para ganar. Creo que he jugado con tras tres C’s [cabeza, corazón y cojones, el lema de su abuelo], ya sabéis qué significan. Seguro que él estará orgulloso. Era importante seguir punto a punto, positivo, intentar superar los problemas que estaba afrontando en la pista... No he dudado de mí mismo en ningún momento, tenía que creer en mí mismo. Ha sido muy difícil y estoy muy orgulloso de lo que he conseguido”.

Alcaraz posa con los recogepelotas del torneo.

Ha sido una final al límite. Un pasaje inolvidable. Y acontece entre los ecos todavía de la producción en la que se abre por completo y se pregunta en voz alta: “¿Realmente quiero esta vida? A veces me siento que no soy yo. Mi miedo sería llegar a ver el tenis como una obligación”. Y contesta a la pregunta formulada por EL PAÍS: “No sabemos lo que va a pasar en el futuro, pero lo que tenemos claro es que queremos hacer el camino a nuestra manera y si nos equivocamos, nos equivocamos. Lo principal es disfrutar y darle prioridad a eso. Hay gente que a lo mejor no piensa igual que yo o que piensa que no es posible, pero así lo veo yo y no está yendo mal. Ya veremos cómo va de aquí en adelante”.

Y remata. “He puesto el corazón. Quería ser uno de esos jugadores que salvan un punto de partido y ganan un Grand Slam. Pensaba solo en un punto cada vez, solo el siguiente punto”, resuelve el murciano, con 20 títulos ya en la vitrina —la misma cifra que Carlos Moyà, con David Ferrer (27) en el siguiente peldaño— y pleno tras un episodio que se recordará durante mucho tiempo. “Creo que ha sido una de las mejores finales de la historia de los Grand Slams. ¿La mejor? Voy a decir una, la de Djokovic y Nadal en el Open de Australia [en 2012], que duró más de cinco horas [exactamente 5h 29m, la más extensa de todos los tiempos]. Ahora yo he puesto mi nombre en una de esas finales”.

Diferente, más humana e imperfecta, si se quiere. Ni mejor ni peor, ni buena ni mala. Simplemente una elección. Y es la suya.

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Sobre la firma

Alejandro Ciriza
Cubre la información de tenis desde 2015. Melbourne, París, Londres y Nueva York, su ruta anual. Escala en los Juegos Olímpicos de Tokio. Se incorporó a EL PAÍS en 2007 y previamente trabajó en Localia (deportes), Telecinco (informativos) y As (fútbol). Licenciado en Comunicación Audiovisual por la Universidad de Navarra. Autor de ‘¡Vamos, Rafa!’.
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