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Hay una leyenda suelta por París, entre los cuatro más fuertes: el magistral Djokovic tumba a Zverev

El serbio remonta al alemán con una exhibición estratégica (4-6, 6-3, 6-2 y 6-4) y un arsenal de dejadas (35) que le guían hacia la semifinal del viernes contra Sinner

Djokovic, durante el partido contra Zverev en la Chatrier.
Alejandro Ciriza

Hay una leyenda suelta por París, que se deja ver paseando en bicicleta por el l’Arc de Triomphe y responde al nombre de Novak Djokovic, el eterno, el incombustible, el impresionante. Acorde al escenario: monumental. Dejando al margen los números e independientemente de filias y fobias, se entregan los parisinos por completo a un campeón que ha impartido una lección táctica, que ha remontado (4-6, 6-3, 6-2 y 6-4) y que al borde de la medianoche, con 38 primaveras y al quinto intento, remacha y se sincera: “No es fácil ser competitivo aquí, a mi edad, pero por este tipo de partidos merece la pena seguir jugando”. Tiene otro por delante el viernes en las semifinales ante el número uno, Jannik Sinner (6-1, 7-5 y 6-0 a Alexander Bublik).

Irreconocible últimamente, fue ir aproximándose Roland Garros e ir recuperando él el buen color, con el título 100 en Ginebra primero, revitalizador, y una escalada posterior en el Bois de Boulogne que le sitúa una vez más, por decimotercera en el torneo francés y 51ª en un major, entre los cuatro más fuertes. Meritorio no, lo siguiente. Sea este curso o no el último, compita más o menos años o logre más o menos récords, ya pocos se le resisten, Djokovic continúa maravillando y elevándose. Coraje, orgullo, resiliencia. Y ojo: ahí sigue el nivel. Si el físico responde, es capaz de todo. Se sospecha que está en su fase crepuscular, pero son dos grandes y dos semifinales. Australia antes.

Pelín desangelado el día en París, grisáceo y plomizo. Contagioso para todos. La grada de la Chatrier empieza el turno nocturno más bien fría y la planicie ambiental arrastra al set inicial del partido, en el que Zverev impone su revés y Djokovic no logra enmendar el paso en falso dado en el primer juego. Perdido ese servicio, el serbio rema para recuperar el terreno concedido, pero los martillazos secos del alemán prevalecen. Transcurre todo por unos derroteros que no le terminan de interesar al de Belgrado, tradicionalmente más cómodo en atmósferas más calientes. Pero no hay agitación alguna y, en esa fase de tanteo y linealidad, más bien romos los dos, el tenis de la torre gana crédito. Le basta con validar el saque.

Zverev sirve en un instante del partido.

Hasta ahí, más robusto y más compacto Zverev; al otro lado, un guerrillero demasiado conservador. Un imperio rodeado hoy día de interrogantes y que, pese a todo, resiste. Quiere continuar Nole y de ahí el empeño, esa romántica pelea final con los jóvenes y contra el paso del tiempo. Son 38 años y el público lo sabe. Ahora mismo, cada paso de Djokovic por cada escenario podría ser el último. Escalofríos, la gran época terminándose. De ahí que los presentes cojan también los remos y se apliquen con él, a bordo de su embarcación. Toda ayuda es poca, de modo que la Chatrier intenta reanimarle a coro: “¡No-vak! ¡No-vak! ¡No-vak!”. Loable ese espíritu, ese continuar. Semejante fe.

37 subidas, 41 golpes

Le gusta demasiado esto de competir al serbio, que hace de la modorra virtud. Puestos a que el duelo sea de biorritmos bajos, mejor llevarlo directamente a su terreno: el cloroformo. Saca el manual. Bota infinitamente la pelota, dilata cada segundo, estira cada entreacto y hace que el reloj avance muy despacio para congelar el juego de Zverev, quien poco a poco va perdiendo tono y se destempla: efectivamente, Novak haciendo de las suyas. Mil y unas veces vista la estrategia y, aun así, los rivales siguen cayendo en la telaraña. Adquiere progresivamente calor y, ahora sí, ataca con fiereza los segundos saques de su amigo. Set iguales. Dos a uno para él. Así es: Djokovic.

Djokovic, durante el partido contra Zverev

Son las once y media de la noche y el campeón de 24 grandes coge bocanadas de aire después de un estupendo intercambio de 41 golpes; de revés a revés, de una dejada a otra y para sellarlo una derecha cruzada sobre la que viaja un sueño. ¿Por qué no aquí, en París? ¿Acaso no lo ha hecho tantas y tantas veces? En ese instante, ya ha introducido a Zverev en un laberinto cerrado a cal y canto, sin escapatoria, pasando de esa primera vía erosiva a una directamente destructiva. Esparce veneno. Entre el segundo y el tercer pasaje, el de Hamburgo prácticamente no huele la pelota. No le deja Nole, instalado cómodamente sobre ese atril de la línea de fondo desde el que diseña y dirige: a esto se juega así, qué importan las edades. Se tiene o no la sabiduría. Y a él le sobra. Si no, véanse esos giros de muñeca.

Cose a dejadas al alemán, que sufre un mundo en la arrancada y está aturdido. Al final, le tira 35. Zverev, otros tantos esprints en vertical para tratar de interceptarlas y frenar la sangría, porque esto se le escapa, intenta dar con una trampilla que no existe y va sucumbiendo a la lección, completada con una majestuosa exhibición de volea en la red. Djokovic, excelso acolchando la pelota, acierta en 27 de las 37 aproximaciones que intenta. Así que ahí está él otra vez, contra viento y marea, empeñado en llevarle la contraria a la lógica y desafiando y desafiándose una última vez. Hace menos de un mes parecía estar desconectado, pero llegan los grandes y su instinto se reactiva. Lobo-hombre en París. Cinco triunfos ya y una cita con Sinner. Sencillamente extraordinario, se mire por donde se mire.

SINNER DISPARA A 252 KM/H

A. C. | París

Djokovic es el segundo jugador más veterano que llega a la penúltima ronda del grande francés, únicamente superado por el estadounidense Pancho Gonzales, que desembarcó con 40 años en la de 1968. Y se expresa feliz tras el triunfo, aun sabiendo que se topará próximamente con Sinner. No se desvía un ápice el de San Cándido.

“Ese tipo de retos sacan lo mejor de mí. No hay nada que me motive más a esta edad”, destaca. En los pulsos entre ambos, igualdad: cuatro triunfos por cabeza. Ahora bien, el italiano se impuso las tres últimas veces que midieron sus fuerzas, todas sobre pista dura. Y un solo precedente en tierra: Nole venció hace cuatro años en Montecarlo.

“¿Cómo le voy a frenar? No estoy pensando en eso, sino en cómo voy a ejecutar yo mi plan”, concede. A la perfección le ha salido ante Zverev, quien de los 23 encuentros con top-10, solo ha ganado cinco. “Había un momento en el que no sabía cómo ganar un punto desde el fondo”, admite el alemán, quien considera a Djokovic “infravalorado”.

“Le ganó a Carlos en Australia y a mí aquí”, recuerda; “olvidaros de su edad, sigue ganando a los mejores. Hay que respetarle”. Así lo opina Sinner, firme de nuevo. Se quita a Bublik de encima de un manotazo. “Novak ha vuelto a su máximo nivel. Será muy táctico, difícil”, indica el líder del circuito. Un cañón.

En un instante del partido, envía un saque a 252 km/h y gracias a la victoria, se une a su compatriota Lorenzo Musetti, rival de Alcaraz. Se trata de la segunda vez que sucede esto, tras 1965, cuando fueron semifinalistas otros dos transalpinos: Nicola Pietrangeli (campeón) y Orlando Sirola.

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Sobre la firma

Alejandro Ciriza
Cubre la información de tenis desde 2015. Melbourne, París, Londres y Nueva York, su ruta anual. Escala en los Juegos Olímpicos de Tokio. Se incorporó a EL PAÍS en 2007 y previamente trabajó en Localia (deportes), Telecinco (informativos) y As (fútbol). Licenciado en Comunicación Audiovisual por la Universidad de Navarra. Autor de ‘¡Vamos, Rafa!’.
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