Mundial herético y adicción al fútbol
Hay pocos motivos de fondo para considerar esto algo más que una Champions con sensibles ausencias y abundante guarnición. Menos chuleta y mucha verdura y patatas


“Si yo fuese dictador en España, prohibiría las corridas de toros; como no lo soy, no me pierdo ni una”, dejó escrito Ramón Pérez de Ayala. Así me siento yo ante este herético Mundial, un bastardo de la envidia y la codicia urdido por Infantino. Hace tiempo que la FIFA recela del poder económico de la UEFA y del creciente protagonismo que le otorga el poderío mediático de sus clubs. La FIFA sólo tenía un Mundial cuatrienal. La UEFA tiene con la misma cadencia la Eurocopa, pero suma cada año la Champions, cuyo resplandor e ingresos siguen creciendo a ojos vistas.
Por eso Infantino alentó la fallida revuelta de la Superliga, aquella revolución de 72 horas de la que quedan Florentino y Laporta, este en función de picabueyes. Infantino se hizo el despistado una vez que aquello pinchó, pero ha conseguido pisar el jardín de Ceferin con este Mundial. Trató de hacerlo cuatro años atrás en China, pero la pandemia lo aplazó. Ahora lo pone por fin en marcha en territorio Trump, en simultáneo con la afición de este a chupar latinos incautos para hospedarlos en la cadena de apartamentos turísticos de Bukele en El Salvador.
Como sabe elegir buenos y piadosos amigos, Infantino ha conseguido que este Mundial llegue gratis a todos los hogares por cortesía de Arabia Saudí, que pone mil millones. A cambio, favor por favor, el Mundial de Naciones se jugará allí en 2034, solo 12 años después del de Qatar. Antes, en 2030, toca el nuestro, o no tan nuestro, porque se ha desmenuzado entre seis países de tres continentes.
Donald Trump y Mohammed bin Salmán son los dos embelesos de Infantino. Tanto que las horas se le pasaron muertas en el último encuentro con ellos, en mayo, cuando acompañó a Trump en su visita a Bin Salmán y llegó tarde al 75º congreso de la FIFA, en Asunción. Los delegados de la UEFA lo abandonaron en protesta por ello, lo que no vino sino a subrayar la mala relación que hay entre las dos organizaciones, cuestión que se extiende incluso al territorio del arbitraje, donde los recelos entre Collina (FIFA) y Rosetti (UEFA) se hacen sentir.
Ese es Infantino, mucho menos criticado en España que Ceferin, que como paró el golpe de la Superliga y Florentino mueve mucho, tiene bastante peor prensa. Por el contrario, gracias a Infantino puede acudir feliz a la rebatiña de los mil millones saudíes, en busca de consuelo tras pincharle los conciertos. Cuando a Ancelotti se le ocurrió alertar sobre la inconveniencia de esta competición metida con la técnica del alunizaje en el último espacio libre del año, le silenció inmediatamente. Metidos en calendario, añadiré que esto coincide en fechas y país de acogida con la Copa de Oro; para entendernos, la Eurocopa de la CONCACAF (Centro y Norteamérica).
La premura por diseñar y cerrar la participación da lugar a que no esté el campeón de la Premier, el Liverpool, por ejemplo. Fea ausencia. Tampoco está el muy reciente campeón de África, el Pyramids de Egipto, y sí los cuatro anteriores. Y hemos corrido el riesgo de que no estuviera el de la Champions, cuando: dos de los semifinalistas, Barça y Arsenal, no están entre los inscritos. Pero tranquilos: está el Miami de Messi, metido a martillazos.
Queda la pregunta de cuántas vacaciones podrán tener los europeos, sobre todo los que lleguen lejos, que serán la mayoría. En el Mundial de Naciones, varios países de Sudamérica presentan una alta competitividad. En clubes no pasa, porque Europa es desde hace tiempo una aspiradora de todo el talento que surge fuera, desde la edad adolescente. En los grandes clubes sudamericanos ya solo juegan los que no son lo bastante buenos, o lo fueron y han regresado de Europa, envejecidos. O alguno que se ha salvado por los pelos, como Mastantuono, cuyo destino al acabar esto es el Madrid. Así que hay pocos motivos de fondo para considerar esto algo más que una Champions con sensibles ausencias y abundante guarnición. Menos chuleta y mucha verdura y patatas. El país no vibra. Los precios dinámicos de las entradas han ido bajando con la demanda, y aunque espero que veamos los campos con gente, no imagino un Mundial ambientado, como los de verdad, con grandes masas en fan zones.
Dicho todo lo cual, me remito de nuevo a la frase de Pérez de Ayala. Hace tiempo que me atrapó el veneno del fútbol, que como toda adicción crea un efecto tolerancia. Aquello de cuando dos copas dejan de ser mucho y tres empiezan a ser poco. Los futbolheridos somos ya, perdónenme otro símil taurino, como aquel aficionado que tras el enésimo petardazo de Curro Romero gritó desde el tendido: “¡Curro…! ¡El próximo día te va a venir a ver tu puta madre…!”. Para, tras una sabia pausa valorativa, añadir: “¡Y yo!”.
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