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EL JUEGO INFINITO
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Cuando el fútbol gana la calle

Valladolid y Santander son dos plazas que demuestran que el fútbol es un territorio emocional con fronteras que se extienden desde la miseria hasta la grandeza

Jorge Valdano

El fútbol es una emoción comunitaria. En cualquier partido hay una comunión de miles que abrazan la pasión por un equipo. Gente de distintas razas, procedencia social e ideología, olvida sus diferencias y es amigada por una corriente de complicidad nacida de un sufrimiento compartido. No es tan raro que dos desconocidos se fundan en un abrazo por algo tan normal y feliz como un gol. Aman a un mismo equipo, y no hacen falta más explicaciones.

¿Por qué ese milagro de comunicación empieza y termina en el estadio? Se trata de un capital social imposible de encontrar en otro ámbito. Los clubes manejan mil fórmulas para convertir a sus aficionados en clientes, pero son pocos los que buscan una relación verdaderamente humana, capaz de fortalecer el vínculo más allá del éxito deportivo. Seguramente no lo hacen porque no lo ven necesario: el amor del hincha es desinteresado y a prueba de balas. El Valladolid, donde estuve esta semana debatiendo estas cosas, tenía 20.000 socios en Primera División y este año, en Segunda, tiene 22.000. La identidad se fortalece y muestra todo su valor precisamente en las frustraciones. Yo admiré al Atlético de Madrid de aquellos años en el infierno, cuando su lealtad se fortaleció en el descenso.

Viene esto a cuento porque el Racing de Santander está intentando hacer crecer en la sociedad lo que se cultiva en el estadio. En la mayoría de los clubes, el primer equipo parece lo único representativo, pero la verdadera riqueza del vínculo con los aficionados nace de raíces más hondas, del pasado, de la memoria compartida. En Santander, por ejemplo, exjugadores del Racing se reúnen con personas que viven en soledad para hablar de viejos y nuevos tiempos. No se trata solo de fútbol: es una excusa para promover la sociabilidad, que es una forma de salud. También los niños de la cantera les escriben cartas para engañar a la soledad y para que el club se haga presente más allá de los resultados, más allá del fin de semana.

El fútbol es un territorio emocional con fronteras que se extienden desde la miseria hasta la grandeza. Los desbordes pasionales contribuyen a su mala fama y el mercantilismo lo fue haciendo insensible. Pero cabe hacerse la siguiente pregunta: ¿por qué el sentimiento de comunidad que hemos ido perdiendo como sociedad no podría recuperarse a través del fútbol?

Sebastian Ceria, matemático, empresario y humanista, es el propietario del Racing, aunque su cargo formal es el de Presidente de la Fundación. Desde ese lugar puede mirar más lejos: no desde el cortoplacismo que envenena la gestión deportiva, sino desde una perspectiva que prolonga la influencia del club hasta más allá del estadio.

Si a la cantera se la define como “fútbol educativo”; si se acompaña a los mayores con el proyecto “memoria racinguista”; si las mujeres víctimas de violencia participan en “mujer global”, un espacio para jugar, compartir y debatir; si con “Racing saludable” se crean lazos con el Hospital Universitario para impulsar programas de nutrición y fisioterapia; si existen tres escuelas inclusivas que permiten a chicos con discapacidad intelectual competir en la “Liga Genuine”; si todo eso ocurre, es porque por el club corre una sensibilidad distinta. Porque alguien entendió que esa pasión llamada fútbol puede salir a la calle, prolongar su fuerza popular y transformarse en acción solidaria.

El Racing lleva 22 años sin pisar la Primera División, pero acaba de batir su récord de abonados. Quizás porque la gente lo siente como algo suyo, un símbolo de pertenencia que trasciende las victorias ¿Quién sabe? A veces una pequeña historia es el comienzo de algo grande.

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Sobre la firma

Jorge Valdano
Jorge Valdano es columnista de EL PAÍS y comentarista de Mediapro para Movistar. Exjugador de fútbol, campeón del mundo con Argentina en 1986, también fue entrenador. Ocupó la dirección deportiva y la dirección general del Real Madrid en dos etapas en el club blanco, donde fue además futbolista y técnico. Ha escrito varios libros.
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