Los cimientos del Madrid de Xabi Alonso
El técnico pretende control del juego, pero también generosidad, disciplina, respeto al orden


Un jugador corre desesperado hacia un balón que sabe que no alcanzará. Lo intenta con todas sus fuerzas, pero, como era de esperar, no llega. Si el jugador es del Real Madrid y el estadio el Santiago Bernabéu, la gente aplaudirá a rabiar. Porque en ese intento inútil hay implícitos valores sagrados en el club: la entrega, la negativa a rendirse y hasta la persecución de lo imposible. ¿Y por qué lo que vale para un jugador no va a valer para un equipo?
Pocos estadios festejan con más entusiasmo la entrega del equipo. Y como para aprobar el fútbol estudiado de estos días hay que correr, de momento la grada sintoniza con el Madrid que propone Xabi. Hay un mérito inicial, porque el funcionamiento colectivo exige un esfuerzo que, pensábamos, no está en la naturaleza de este equipo. Al Madrid de Ancelotti se lo acusaba de cierto aire de superioridad y de tener poco espíritu guerrero. Xabi pretende control del juego, pero también generosidad, disciplina, respeto al orden. El método es, al fin y al cabo, la manera eficaz de hacer algo. Y la entrega se considera un componente imprescindible de la obediencia que exige el método.
El equipo sale a la cancha con las ideas y las piernas frescas para morder en la presión. Lo hace con una coordinación creciente, y la afición lo festeja. Luego el equipo se desinfla porque aún no tiene continuidad, pero el humor de la grada mejora en cada partido, porque entiende que, en esos treinta minutos iniciales, está la promesa de un futuro mejor.
Hasta el momento, el Madrid progresa ganando, aunque sea por la mínima y con un juego irregular. Pero ganar no es cualquier cosa. La gente no sabe lo fácil que es perder un partido. No hacen falta ni razones…
El progreso, como siempre, responde al acierto–error: no funciona, cambio; funciona, no cambio. Los mecanismos de autocorrección son eficaces, desde que aprendemos a caminar. Los niños hacen un movimiento erróneo, caen, modifican, corrigen y avanzan hasta un nuevo intento que marcará otra mejoría. Eso, en fútbol, está cambiando desde el primer ciclo formativo. A los chicos no los dejan divertirse con un balón. Esta semana mi nieto menor (cinco años) empezó fútbol en su cole. Cuando le pregunté qué tal, me respondió: “Jo, es que siempre hay que hacer lo que dice el entrenador”. Eso solo puede empeorar, tendría que haberle dicho. Pero no quiero amargarlo tan pronto.
Volvamos al Madrid. La misma figura de Xabi transmite confianza. Todos entendemos que este es el momento de poner los cimientos desde el orden y el esfuerzo, aunque los partidos aún se parezcan a una película ya vista. Así será hasta que las exigencias colectivas se memoricen, automaticen y el equipo las ejecute de una manera mecánica. Lo demás (imaginación, finura técnica, reflejo en la mirada y en la ejecución) son atributos desequilibrantes que tienen dueños con nombre propio: Mbappé, Vinicius, Bellingham, Rodrygo, Güler, Mastantuono… Como soy vulnerable al atractivo de lo diferente, el caño que metió Mastantuono frente al Marsella me pagó la entrada del partido. Pero la búsqueda que emprendió Xabi no tiene que ver con mi mirada viciosa. Xabi mira en la dirección hacia donde lo hacen mirar a mi nieto.
Y hay más cosas para el análisis. La actitud de “soy uno más del equipo” que muestran las grandes figuras es totalmente coherente con la cultura del club. Por otra parte, no es que el equipo gana los partidos con diez jugadores, es que, incluso con diez jugadores, quiere ganar. Hasta aquí un primer diagnóstico y no está mal: paciente sano y en franca mejoría.
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