Jamling Norgay, el hijo del sherpa que conquistó el Everest: “La montaña es de los dioses, no de los hombres”
El sucesor de Tenzing Norgay lamenta la comercialización del techo del planeta y recuerda la figura de su padre

Del primer ascenso a la cima del Everest, el 29 de mayo de 1953, queda un pacto y la foto de Tenzing Norgay, triunfador, piolet en alto, rostro tapado por la máscara de oxígeno. El pacto remite al silencio acordado por Edmund Hillary y el propio Norgay para callar quién fue el primero de los dos en colocar sus pies en el punto más elevado de la Tierra (8.848m). Ambos fallecidos se llevaron el misterio a la tumba, y ni siquiera el único de los siete hijos de Norgay interesado en escalar montañas pudo sonsacarle la verdad. Se cree que Norgay mintió en su autobiografía de 1955, cuando afirmó que Hillary le precedió en la cima, y lo cierto es que ambos siempre defendieron que habían logrado el éxito trabajando en equipo, una pareja al unísono unida por una cuerda de 30 metros donde destacaba la enorme experiencia de Norgay, en su séptima tentativa.
Hillary no quiso ser fotografiado en lo más alto y cedió ese honor a su compañero, que ostentaba la doble nacionalidad india y nepalí, que nació en el Tíbet y se crió en el valle del Khumbu, el reino de los sherpas. Tenzing Norgay falleció en 1986. Diez años después, su hijo Jamling escaló el Everest en la primavera más trágica de la montaña, cuando murieron 12 personas, entre ellas los guías Scott Fischer y Rob Hall, principales impulsores de la comercialización de la montaña más elevada del planeta. Jamling escribió un libro sobre aquella primavera maldita titulado Más cerca de mi padre (Ed. Capitán Swing), que ofrece el punto de vista de un sherpa, su relación con la montaña, con la religión budista y con un progenitor ausente.
La tragedia del 96 supuso el pistoletazo de salida desaforado hacia la realidad de las colas que hoy en día han reducido el Everest a una mera conga de turistas. Jamling Tenzing Norgay (60 años) sacude la cabeza y niega en una entrevista con EL PAÍS: “No me gustan las colas en ningún sitio, pero menos en una montaña, y cuando las veo en el Everest se me disparan las alarmas: son muy peligrosas. Es meterse en problemas gratuitamente, supone arriesgar tu vida porque estás atrapado en un lugar donde todo el mundo es muy lento y donde escapar es complicado. A nada que cambie el tiempo o que pase algo, vas a estar en grave peligro. Hoy en día estoy seguro de lo que mi padre diría: ‘Ojalá no hubiese escalado el Everest, ojalá esta montaña siguiese virgen. Podría haberme ahorrado los 10 minutos de gloria en la cima”.

Jamling realizó sus estudios en Estados Unidos, siempre obsesionado con la idea de escalar el Everest. Nadie sabe por qué él se obsesionó con el reto y no sus hermanos. Imposible adivinar qué procesos mentales conducen a una persona hacia la adicción por las montañas. Si bien es cierto que un día Tenzing padre espetó a su hijo que había escalado el Everest para que él no tuviera que hacerlo, lo cierto es que Tenzing Norgay amaba las montañas, no buscaba fama, ni dinero, ni reconocimiento, sino el privilegio de la conquista. “Mi padre entendía la montaña como una forma de vida”, resume Jamling. Él conoció primero el Everest limpiándolo antes de que David Breashears, el primer norteamericano en colarse en su cima (1985), y gran admirador de su progenitor, lo invitase para filmar un documental en formato IMAX.
“Nosotros los sherpas consideramos sagrada esta montaña. Doy fe de que aunque se ha conseguido limpiar mucho el campo base, existe mucha basura aún por encima de la cascada del Khumbu, y esto es inadmisible. He participado en varias campañas de limpieza del Everest, pero nadie ha solucionado un grave problema que afecta a los campos 1 a 4: ¿dónde defeca todo el mundo? ¿Dónde va toda esa porquería? Pues sencillamente, desciende por el glaciar y acaba en nuestros ríos. Este año había más de mil personas circulando arriba y abajo: mi padre no lo admitiría”, confiesa.
Jamling denuncia la complicidad del Gobierno de Nepal, que siempre tiene a mano una batería de medidas para calmar a la opinión pública y jamás las lleva a cabo. “No hay esperanza. Les importa más recaudar el dinero de los turistas de montaña, y aunque cada año anuncian medidas disuasorias, éstas no se cumplen jamás, o muy rara vez. Estuve en 1996 cuando el gran desastre del Everest y fue cuando el Gobierno anunció que reduciría el número de permisos, pero jamás ocurrió. Cada año hay más gente en la montaña. Da igual lo que cuesten los permisos: siempre habrá gente dispuesta a pagar. Ahora dicen que van a exigir que quien quiera ir al Everest escale primero una montaña de 7.000 metros, pero dudo mucho que sean capaces de controlar eso”, se desespera.
Uno de los asuntos más delicados, colas al margen, con el que tuvo que lidiar el Gobierno de Nepal fue el intento de linchamiento en 2013 por parte de un grupo de sherpas de los alpinistas occidentales Simone Moro, Ueli Steck y Jonathan Griffith en el campo 2 del Everest. Jamling cierra filas en torno a sus compatriotas: “Los sherpas se enfadaron porque les pusieron en peligro al adelantarles mientras fijaban la cuerda. No creo que los sherpas sean los dueños de la montaña, solo trabajan en ella. El Everest pertenece a los dioses, no a los hombres. Pero sin sherpas muchas montañas no se escalarían”.
Lo cierto es que hoy en día los sherpas controlan el negocio, y a menudo no son trabajadores sherpas quienes trabajan llevando cargas sino miembros de otras etnias como los rais o los tamangs. El Everest ha enriquecido al pueblo sherpa. Sus hijos acuden a estudiar a centros privados o se forman en el extranjero, pero Jamling deplora el peaje entregado a cambio: pérdida de la conexión con la religión y abrazo del materialismo. “No es culpa de los turistas. Ningún turista ha obligado a los sherpas a pasarse el día viendo cine indio, programas asiáticos vía satélite o a vivir en Katmandú. Ha cambiado nuestro marco de referencia cultural”, deplora.
La pregunta surge sola: ¿Cómo le explicas a tu descendencia por qué escalaste el Everest? “Solo tengo hijas… Escalar el Everest era mi sueño desde que cumplí los ocho años, era mi destino, mi karma, estaba hecho para escalar esa cima. Me costó años lograrlo y una de las razones era que mi padre lo había escalado y quería imitarle, era mi héroe. No era un objetivo, sino una peregrinación, una forma de conocer mejor a mi padre al que no veía a menudo de niño. Además, sentía un amor profundo por la montaña”, expresa Jamling, quien recuerda que en la cima se sintió más cerca de un padre de figura etérea: “Lo cierto es que conocí mejor a mi padre tras su muerte. Sí. Porque al morir muchos me vinieron a contar cómo era, qué había representado, cómo les cambió la vida”.
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