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Las alas de Red Bull: cómo nueve ciclistas despegan un ultraligero con sus pedales

Una formación de corredores del equipo del WorldTour, liderada por Florian Lipowitz, logra que vuele el aparato en un aeródromo de Mallorca gracias a los vatios que generan con sus piernas

Ultraligero de Hediger

No hay quizás imagen más sugestiva para un aficionado al ciclismo que imaginar que en el largo trávelin de La Diligencia de John Ford no son caballos arreados con latigazos del cochero quienes tiran del vehículo perseguido por la llanura, sino una docena de ciclistas esprintando por su vida. “No es mala imagen”, dice Dan Bigham, “pero para hacer despegar el ultraligero me inspiré más en perros huskies tirando de un trineo sobre el hielo de Siberia”. Es el poder del ciclista del siglo XXI medido en vatios y en épica gracias a la tecnología. O cómo hacer visible lo invisible: ¿qué se puede conseguir generando 6,5 kilovatios de potencia dando pedaladas? No solo mantener en funcionamiento todos los electrodomésticos de una casa, lavadora, lavaplatos, aspiradora, nevera, cocina… También dar alas a la imaginación.

El 4 de diciembre, en la pista, 1.500 metros de perfecto asfalto, rodando contra el viento para facilitar el despegue, del aeródromo de Son Bonet, en Mallorca, nueve ciclistas del equipo Red Bull (Florian Lipowitz, Nico Denz, Jordi Meeus, Tim Van Dijke, Laurence Pithie, Adrien Boichis, Davide Donati, Callum Thornley y Gijs Schoonvelde: un ariete abriendo paso en la posición más dura y menos arriesgada, Lipowitz, y cuatro parejas detrás, teniendo cuidado de ir al mismo ritmo) pedalearon durante unos 90 segundos tirando del ultraligero, y a sus mandos, el experto piloto suizo de acrobacias Andy Hediger, un hombre pájaro, hasta que cuando alcanzaron 54 kilómetros por hora, el avión despegó suavemente y cortó la soga que le unía al tiro. Voló libre hasta alcanzar 100 metros de altura. Luego descendió. “Con unos 650 vatios por corredor durante 90 segundos, alcanzaron durante más de 30 segundos un máximo de 6.500 vatios colectivamente”, explica Bigham. “Ese día un par de ciclistas estaban fisiológicamente un paso por encima incluso de lo que pensábamos que estaban y aportaron bastante más vatios de lo que esperábamos y eso llevó al avión mucho más allá de lo que habíamos previsto. En los primeros ensayos, en el aeródromo del Hangar 7, no lo habíamos levantado más de dos metros y tuvimos problemas con los enganches. Se soltaban y se enredaban en las ruedas de los últimos del tiro. Fue peligroso”.

No se sabe con precisión si a Leonardo da Vinci le poseía la locuacidad casi infantil con la que Bigham habla de sus proyectos y empresas, pero sí que se podría asegurar que al joven ingeniero británico que bulle en las tripas del equipo ciclista del Red Bull le mueve idéntica o superior pasión por hacer una realidad de ideas locas, imposibles, su pan cotidiano, su adicción a medir al mundo en vatios, tanto que el deporte, el ciclismo, es para él, a veces, no más que una compra y venta de vatios, una bolsa de potencia. Se alimenta de desafíos Bigham, británico de zona industrial, de 34 años, ciclista capaz de batir el récord de la hora en un velódromo (54,548 kilómetros hace tres años) para probar que eran válidas sus ideas de ingeniero y diseñador de manillares, ruedas, vestimentas, nacidas de horas de computador en el viento helado de un túnel de viento construido a veces en un antiguo túnel ferroviario. En Catesby, al sur de Coventry, allí “donde el aire es tan puro como los datos, sin viento, sin gradientes, sin elementos aleatorios, solo física pura”, Bigham se pinta la cara de negro y mata el brillo de su ropa de ciclista para pedalear a través de una cortina verde de burbujas de helio y luz láser. “Así vi por primera vez en directo los flujos de aire a mi alrededor. Fue fascinante. Normalmente, solo sabemos si algo es más rápido, pero no por qué. Hoy pudimos ver realmente el porqué”.

“Y las hojas de cálculo también son nutritivas”, precisa feliz el ingeniero-ciclista que convenció a Filippo Ganna para batir locamente su récord de la hora (56,792 kilómetros para el tremendo italiano solo cinco meses después de él), que adora el fichaje de Remco Evenepoel, la perfección aerodinámica, por su equipo, que mide en el túnel de viento la longitud al milímetro de los calcetines de Florian Lipowitz, tercero en el pasado Tour, y que presenta junto a un aeródromo de Mallorca la materialización volante de su último reto: hacer despegar un planeador pilotado solo con los vatios generados por un arrastre de nueve ciclistas, uncidas sus bicicletas con un arnés a una soga de 150 metros, y en el otro extremo, un artefacto volador de 65 kilos de peso, que sumados a los 75 del piloto hacían un total de 140. “El patrocinador nació en un aeródromo, muy pegado a la aviación, y se les ocurrió que esta sería una muy buena manera de unir el ciclismo con la aviación, de dar al aburrido y silencioso ciclismo de carretera o velódromo un aire espectacular y extremo, el sello Red Bull”.

Cuando los creativos de la marca de bebidas energéticas le preguntaron en su cuartel salzburgués de Hangar 7 si sería posible la hazaña del avión, Bigham subió a su habitación, abrió el ordenador, trabajó unas horas en su Excel, matemáticas, física, emocionado. “Esto mola, pensé”, dice. “Un avión con motor de carne y hueso”. Y respondió: “Sí”.

Para hacer realidad el cálculo, de la idea loca de un vuelo, se necesitó un trabajo de un año y mucha inversión. “Tenía que llevar a los ciclistas a su límite fisiológico, encontrar la mejor forma de alinearlos, dar con un avión con buena relación entre sustentación y resistencia, y una velocidad de despegue inferior a 70 u 80 kilómetros por hora, y un piloto cómplice”, explica Bigham, y presenta en sociedad ciclista a Andy Hediger, piloto de acrobacias del equipo Red Bull desde hace 34 años, que ideó y construyó él mismo el artefacto, y lo pilotó con muchísimo cuidado para no matar a ningún ciclista. “Yo no pasé miedo por mí mismo, estoy hecho al riesgo”, dice el piloto suizo, de 59 años, en un magnífico castellano con acento argentino, su segunda nacionalidad. “Tuve que hacerlo todo con delicadeza para que no oscilaran las alas, sin movimientos bruscos para no frenarlos…”.

No valía cualquier ciclista, ni escaladores ni esprínters pueden mantener una potencia bruta alta y sostenida, sino corredores ideales para prólogos. “Y sin miedo”, concluye el feliz Bigham. “Sin miedo a caerse liándose con el arnés ni cuando, con el avión alcanzando la vertical, la soga levanta la rueda trasera ligeramente. El peor momento”. Después, el uff de alivio. El orgasmo. Ya no son más solo vatios, perros o caballos. El pájaro en el aire. Y, como científicos en un laboratorio, la comprobación de que la física teórica nunca falla.

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Sobre la firma

Carlos Arribas
Periodista de EL PAÍS desde 1990. Cubre regularmente los Juegos Olímpicos, las principales competiciones de ciclismo y atletismo y las noticias de dopaje.
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