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90 años de la muerte y olvido de Francisco Cepeda en el Galibier: el primer corredor muerto en el Tour

El 14 de julio de 1935 murió en Grenoble el ciclista vasco, que se había abierto la cabeza en una caída tres días antes: la carrera siempre ha guardado silencio sobre el incidente

Francisco Cepeda
Carlos Arribas

Cinco años antes de morir Francisco Cepeda ya intuía que el Tour era en el fondo, más allá de la competición deportiva, un asunto de lucha de clases. El 29 de junio de 1930, tres días antes de su debut en la carrera como miembro del equipo español —dorsal 20—, el ciclista vasco descubre que la presunción de igualdad de todos los ciclistas es falsa, una artimaña de Henri Desgrange, fundador, patrón y dueño del Tour y de la voluntad y la vida de los ciclistas.

Amargado porque las grandes marcas de bicicletas controlan el desarrollo de la carrera, buscan apaños entre sus figuras y logran un gran beneficio económico con la publicidad de las hazañas de sus corredores, Desgrange declara el final de los equipos comerciales. A partir de 1930, todos los corredores correrán en equipos nacionales —Bélgica, Italia, España, Francia y Alemania aquel año— y usarán la misma bici, un modelo de color amarillo como las páginas de L’Auto, el diario organizador, sin marca visible, que les entrega la organización.

Cepeda, en la salida de Dinan. Tour de 1931, que abandonó enfermo.

El debutante Cepeda, de 24 años, hijo de unos tenderos maragatos que se establecen en Sopuerta, en la cuenca del hierro de las Encartaciones, descubre nada más inscribirse en las oficinas de L’Auto, en Faubourg Montmartre, que la bici que le entregan, una Elvish fabricada en Pau toda amarilla, no se parece nada a la de los ases. Se lo dice a los periodistas. Al día siguiente recibe un telegrama del Excelsior, el diario deportivo bilbaíno creador de la Itzulia que lleva todos los días el Tour en primera página, que le pregunta si confirma las declaraciones hechas la víspera. Se dirige a la oficina de telégrafos de la vecina Bolsa y redacta la respuesta: “EXCELSIOR. Bilbao. Máquinas corredores. Binda, Leducq, Bidot y algunos otros, “distintas” a las nuestras. Cepeda". “Ya ve usted”, le explica a otro periodista que envía sus crónicas al Excelsior. “Es el primer inconveniente serio con el que tropezamos, ¡Aún parece que hay clases a pesar de que, según el Reglamento, todos somos iguales! Los ases corren con sus máquinas habituales. Nosotros, con las que nos han dado, las Elvish. Esto lo sabe todo el mundo. Pero la de Bidot es la suya, de La Française, y Leducq tiene su Alcyon. Ambas no tienen de común con las nuestras más que el esmalte amarillo, que es de la Casa Elvish. Alcyon no consentiría que sus hombres corrieran con otra máquina que no fuera la de su marca”.

Pese a todo, Cepeda logra terminar el Tour y hasta brilla en la ascensión del Galibier a rueda de Vicente Trueba. Su visión de clase se agudiza. “Para volver”, declara al Excelsior, “será necesario que mejoren el contrato. 5.000 son muchos kilómetros y 5.600 francos muy pocas pesetas. ¡Hoy nos basta con la honrilla! El Tour es un sainete de ases y un drama de segundas figuras”.

Corrió tres Tours más, pero no terminó ninguno, y en el último murió.

En Sopuerta, no lejos de la Gallarta de las minas de hierro donde nace Pasionaria, Cepeda es una figura respetada. Junto a la tienda de ultramarinos, su familia lleva la oficina del Banco de Vizcaya y posee un automóvil que sirve de taxi para los vecinos y en el que le acompaña su hermano cuando sale a entrenar. Ejerce como Juez de Paz, pero su curiosidad y su espíritu abierto le llevan a buscar la aventura del ciclismo. Corre la primera Vuelta, la del 35, y gana un par de Circuitos de Getxo, pero su vida es el Tour. Es inteligente, instruido y muy elegante, escribe postales a las familias de sus viajes y cuando se quita la ropa de ciclista y se viste de traje, los compañeros dejan de llamarle Paco o Paquillo. Es, entonces, don Francisco.

En 1935, Desgrange sigue cambiando el reglamento. Crea la categoría de individuales junto a las ya existentes de los ases y los tenebrosos cicloturistas. Cepeda pertenece junto a Vicente Demetrio y Vicente Bachero a los individuales, que en la práctica funcionan como un equipo nacional B. En caso de retirada o baja de alguno del equipo A, uno del B ocupa su sitio. Otra novedad es que las llantas de las bicicletas amarillas falsamente iguales dejan de ser de madera. Se estrenan las llantas de duraluminio, un invento que desagrada al pelotón. Las críticas y los pinchazos se multiplican. También las averías y accidentes: la aleación de aluminio, cobre, manganeso, magnesio y silicio se calienta inmensamente en los descensos por los frenazos de los corredores. El pegamento no resiste y las llantas se despegan. Alarmados, los hombres de Desgrange deciden regresar a la madera y ordenan una fabricación intensiva de ruedas para sustituir las metálicas. Cuando llegan, ya es demasiado tarde para Cepeda.

El 11 de julio de 1935, durante la disputa de la séptima etapa, Aix les Bains-Grenoble, 229 kilómetros, el tubular de la rueda delantera de Cepeda se despega de la llanta de duraluminio recalentada en el descenso del Galibier y el ciclista vasco cae de cabeza contra el suelo, donde queda inmóvil, inconsciente. Sufre fractura de cráneo. Un coche del equipo español le transporta al hospital de La Tronche, en Grenoble, donde hacen lo imposible para salvarle, incluida una trepanación de cráneo. El ciclista no despierta. Tres días después, el 14 de julio, muere. Tiene 29 años. Es el primer ciclista que fallece durante una etapa del Tour, que celebra su 29ª edición.

La noticia de su caída y muerte apenas tuvo reflejo en los periódicos que seguían la carrera. Aquel día, todos los titulares se los llevó otra caída, la del ídolo francés Antonin Magne, gran favorito para la victoria final, que abandona al pie del Télégraphe. Cepeda cae poco después. Como si tuvieran miedo a la reacción de Desgrange ante una noticia negativa y polémica, no solo trágica, los periódicos pasaron de puntillas. Falsean la realidad como Desgrange falsea los reglamentos pintando de amarillo todas las bicicletas. “Víctima de su pasión”, resumen. No víctima de las llantas. El Excelsior ya había desaparecido.

Solo el semanario Vu (Visto) rompe el círculo de silencio y apunta a que la verdad perjudica la imagen del Tour, la mentira genera la épica. El escritor surrealista Philippe Soupault, uno que como Rimbaud amaba viajar y coescribió Los campos magnéticos con André Breton, publica en sus páginas un opúsculo titulado Gladiadores 1935. “Desde los corredores, adiestrados y amordazados, verdaderas bestias de carga, hasta los desgraciados que creen que esto es deporte, todos no son más que víctimas de una ilusión”, escribe Soupault. “El español Cepeda había muerto unos días antes. Una caída, una fractura de cráneo. Rápidamente, se anunció que el ciclista había muerto. Eso fue todo. Su funeral fue breve. Y ahora se recomienda no hablar de ello. Podría perjudicar a la publicidad”. La frase, la leyenda del Tour está hecha de glorias y tragedias, no deja de ser un eslogan publicitario.

Croquis policial del accidente de Cepeda.

La policía de Grenoble abrió una investigación, que cerró declarando que había sido un accidente. El dosier, archivado en una comisaría, lo descubrió hace unos años Álvaro Rey Cepeda, sobrino nieto del corredor, que trabaja para que se recuerden las circunstancias y se reconozca su figura. “En el dosier figura un croquis del lugar del accidente y declaraciones contradictorias de testigos. Unos hablan de la llanta y el tubular, otro meten un coche en el accidente”, explica Rey Cepeda, nieto de un hermano de Paco policía de Grenoble. “Con la ayuda de unos vecinos descubrí el lugar exacto del accidente, un pago llamado la curva de los castaños en la comuna de Rioupéroux, en la localidad de Livet et Gavet. Lo recogió un vehículo del equipo español que lo llevó al hospital de La Tronche, en Grenoble. Mi abuelo me contó que la colonia de españoles en la ciudad hizo una colecta para pagarle el entierro, pero acudió a recogerlo su hermano Gerardo, que hizo todos los trámites para el traslado del cadáver por tren hasta Hendaya. De allí, viajó a Sopuerta en coche. Le enterraron en un panteón con ruedas de bicicleta”.

Noventa años después, nada ha cambiado, Nadie habla de Cepeda. No hay ninguna marca en la carretera en la que cayó, una cruz en la curva de los castaños, una placa, un ramo, un pequeño monumento como los que el Tour erigió en el Ventoux donde murió Simpson o en el Portet d’Aspet donde se abrió la cabeza Casartelli. El director del Tour, Christian Prudhomme, admite que no hay nada pensado para señalar el aniversario. “Quizás en 2026 hagamos algo”, promete.

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Sobre la firma

Carlos Arribas
Periodista de EL PAÍS desde 1990. Cubre regularmente los Juegos Olímpicos, las principales competiciones de ciclismo y atletismo y las noticias de dopaje.
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