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Tadej Pogacar deja su sello único en su segunda victoria en la Flecha Valona

El esloveno gana por segunda vez la clásica belga con un ataque a 500 metros de la meta, antes de lo más duro del Muro de Huy

Tadej Pogacar
Carlos Arribas

A Alejandro Valverde, rey de la Flecha (cinco victorias, casi seis), le gustaba el tumulto y el ataque de nervios entrando en el Muro de Huy, adelantaba por la acera como podía y esperaba a los últimos 200m de la subida matadora del Camino de las Capillas (1.300 metros al 9,6% desigual: comienzo al 7%, centro al 19%, final al 13%), pasado lo más duro, para bajar piñones y esprintar imbatido. Es la táctica de los que llaman puncheurs, sprinters en cuesta gracias a su gigantesca potencia máxima para esfuerzos de dos, tres minutos. Un especialista en repechos. A Tadej Pogacar, especialista en todo, montaña, contrarreloj, pavés, asfalto, repechos, le gusta la limpieza de banco de carnicero, cuchillos afilados, cortes precisos, piezas nítidas, lugartenientes como Christen y McNulty que limpian la fronda y le hacen hilera de suplicantes; le gusta la claridad de su sello arcoíris, que es el de las victorias en fuga, y un pelotón frustrado a su espalda, y por eso el 23 de abril entra en la cuesta de Huy como San Jorge en busca del dragón, Colnago recién estrenada, manga corta pese a la lluvia y el frío tonto de Valonia, gafas de montura rosa colgadas del cuello, ojeras de insomnio dibujadas bajo sus ojos por manchas de barro sucio, dos amigos abriendo el paso y, detrás, Remco Evenepoel perdiendo el aire, en las últimas.

Él, bien sentado, bullicioso casi. Por eso, es su sello, ataca de lejos, como siempre, para ganar solo. Único en el planeta ciclismo. En el planeta.

En Huy, la meta de la Flecha Valona desde hace 40 años, muy lejos es, por ejemplo, 500 metros. Ben Healy, irlandés rebelde que odia los espejos, preveía allí sorprender a todos con un ataque violento. Ataca justo antes de llegar al Criquicorner, el recodo del camino dedicado a Claude Criquielion, el campeón de la tierra que ganó allí justo el primer año del muro, en 1985, de arcoíris conquistado en Montjuïc. Sorprende a todos y anima a Pogacar, a su lado, maillot empapado, blanco oscuro, manchurrones, y Evenepoel pegado a su rueda, que responde violento de verdad. Sin levantar el culo del sillín tan cómodo. Acelera y a su espalda se crea instantáneo el vacío. Gira a la izquierda en la esquina del llorado Criquielion, y continúa casi silbando en el tobogán del 19%, una recta de 200 metros.

“Tadej se fue, y no creo que nadie estuviera ni siquiera cerca de seguirlo”, dice Healy. “¿Qué si me sorprendió ver a Tadej salir tan pronto? Bueno, eso es lo que le gusta hacer. De hecho, lo dejó bastante tarde para ser Tadej”.

Fin de la historia. Una historia de tres minutos de subida, minuto y medio de ataque. El primer perseguidor, el francés Kevin Vauquelin, llega a 10s; el tercero, Tom Pidcock, pimpante doble campeón olímpico de mountain bike, a 13s, con el adorable Healy y el escalador Lenny Martínez. Evenepoel, noveno, llega a 16s. Las mayores diferencias jamás conseguidas con un ataque en el Muro. Como solo Eddy Merckx antes que él, en 1972, Pogacar gana la Flecha vestido de campeón del mundo y como vigente ganador del Tour de Francia, las dos victorias que muestran el abanico amplio de su especialización en todo.

“Es una sensación increíble volver a ganar aquí, en este duro final, con una subida tan bonita para ver pero que como ciclista no me gusta tanto”, dice el ciclista que hizo del muro un suspiro. “Además, hoy el tiempo no acompañaba, así que ha sido una carrera muy dura y conseguir la victoria significa mucho”.

Contrario a su costumbre no se deleita en la llegada. Levanta el puño y resopla con cara de sufrimiento agravada por las falsas ojeras de barro, luego se queja y hasta tirita, y habla sereno, demasiado sereno dada la importancia que los pogacarólogos dan a su victoria, una especie de redención para el hombre que apenas conoce las derrotas y que llegaba a las Ardenas con la piel escocida por los dolorosos segundos puestos consecutivos, en Roubaix tras Van der Poel y, sobre todo, en la Amstel, donde por primera vez en su esplendor fue cazado tras escaparse y perdió en el sprint ante el lento danés Mattias Skjelmose.

El destino, tristemente juguetón, castigó a Skjelmose en la Flecha con una caída que le dejó fuera de carrera. Llegará tocado el domingo a la Lieja-Bastogne-Lieja, la reina de las Ardenas, la Decana (se corrió por primera vez en 1892), el último Monumento de primavera. “Creo que podemos volver a hacer una gran carrera el domingo e intentar ganar también en Lieja”, añade Pogacar, ya ganador dos veces en Lieja, tantas como Evenepoel, el otro campeón que ama las fugas lejanas, y ambos chocarán en la Redoute, en la Roca de lo Halcones, en Forjas o en Sprimont, las cuestas que fabrican campeones en Bélgica.

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Sobre la firma

Carlos Arribas
Periodista de EL PAÍS desde 1990. Cubre regularmente los Juegos Olímpicos, las principales competiciones de ciclismo y atletismo y las noticias de dopaje.
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