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La superación de Iker, campeón de remo contra la ceguera

Un joven zamorano invidente, con varias medallas de campeonatos adaptados, encuentra en las canoas la vía para socializar, hacer deporte y relajarse

Iker, en el centro, rema por el río Duero acompañado de su entrenador.
Juan Navarro

Rarararara, suena el bastón blanco de punta redonda al rascar el relieve de las baldosas rojas del club de Piragüismo de Zamora. El palo guía a Iker Gallego, de 18 años y ciego desde los tres, hacia el vestuario. El chaval viste ropa térmica y chaleco salvavidas, mantiene la vara en la mano derecha y con la zurda toma el remo, también blanco, hacia el cercano río Duero. El piragüista ya conoce el camino, pero se agarra o a sus padres o a su entrenador, Enrique Linares, por si rumbo al agua aparecen una raíz o bordillo traicioneros. En la dársena de madera aguardan las canoas y, una vez dentro, empiezan las órdenes del técnico. “¡Vete arrancando, Gallego!”, “¡Hoy hay corriente, o me haces caso o te vas a Portugal!”, “¡Voy en paralelo!”, brama, y el medallista en varias competiciones cumple órdenes para seguir progresando en ese deporte que le ha dado luz física, mental y social.

Este deportista aficionado es uno más y se siente como tal en las naves donde descansan decenas de canoas, kayaks y el amplísimo mundo de vehículos con que deslizarse con la fuerza de los brazos sobre mares y ríos. La única diferencia radica en el palo que lo precede y en esas cicatrices del cráneo que insinúan las múltiples operaciones sufridas, con un craneofaringioma (tumor cerebral benigno) desde los tres años. En rendimiento y actitud, igual que el resto. Iker, robusto, pelo corto, se viste y asea solo en el vestuario, charla y bromea con quien sea, se ejercita en el gimnasio como proceda y sufre los vaciles y broncas de Linares, muy cariñoso al referirse a su alumno, pero también contundente: aquí, se vea o no se vea, se trata a todo quisqui por igual. “Nunca había visto a un ciego haciendo canoa, hace poco un señor de la ONCE me preguntó si había ciegos en piragüismo, le hablé de Iker y no se lo creía”, afirma el presidente y entrenador del club San Gregorio Piragua Ciudad de Zamora, de 61 años, 45 de experiencia en el sector, sorprendido cuando hace cuatro un primo de Iker, que hacía Salvamento, le sugirió que se metiera a remar, también con el médico recomendándole ejercicio.

Iker, en uno de los pantalanes sobre el río Duero.

Gallego se apuntó. El preparador aceptó. “Desde el primer día se lo planifiqué bien, al principio pensé que no querría remar, sino gimnasio”, recuerda el entrenador, si bien con los meses y con Gallego aumentando fuelle y brazos con las máquinas, llegó él: “Oye, que yo también quiero remar, quiero probarlo”. Linares, sorprendido. “¿Cómo va a remar un ciego?”, pensó, y dudó sobre si llevarlo al Duero como a los demás piragüistas, pues entrañaba más responsabilidad. Finalmente, se animó y se convirtió en su guía: Iker rema solo, bajo las indicaciones del adulto, quien admira la capacidad del chico para completar etapas de cinco o siete kilómetros sin volcar, solo escuchando que viene corriente por la izquierda, que cuidado con tal tronco o que se avecina una ola que puede tambalear la embarcación y dejarlo aún más empapado. “Le hago las mismas putadas que a todos o más, se lleva las mismas broncas o bromas. Es uno más, que no ve, pero uno más. Si me ve la gente dirá que soy un cabrón, pero él se descojona, sabemos de qué va el tema”, despacha Linares. Su alumno agradece ese trato equitativo, vaciles incluidos: “Fue valiente por aceptarme en el club por mi discapacidad, no todo el mundo se hubiera atrevido y me gusta que me trate como a uno más, aquí no hay excepciones”.

Iker sube a la piragua ayudado por su entrenador.

Gallego, con dificultades sociales derivadas de su ceguera, necesitaba ese apoyo. Su amplio historial médico incluye varias cirugías cerebrales y radioterapia o tratamientos complejos contra ese tumor que persiste y exige las operaciones para reducirlo. Esta alteración de tejidos le quitó la vista al atrofiarle los nervios óptimos, además de que al carecer de hipófisis (glándula pituitaria) se expone a enfermedades endocrinas. En la frente tiene un parche por una infección después de una operación, ya que tuvieron que ponerle hueso artificial y piel y fascia del brazo, donde también se le nota el paso del bisturí. Y ahí está el tío remando contra los elementos.

“La canoa me ha venido bien para hacer amigos, aquí todos me tratan con normalidad, y el deporte me ha ayudado a quitarme algunos tocs”, indica el piragüista, pues llegó a obsesionarse con lavarse constantemente las manos y ahora ha perdido también la ansiedad que lo llevó al psicólogo. También le sirve para desconectar de los estudios y demás angustias vitales. El doctor, también encantado, pues le recomendó ejercicio para romper con el sedentarismo y otorgarle herramientas sociales: los últimos exámenes médicos salieron positivos e Iker se siente feliz. El entrenamiento incluye gimnasio, donde él ya sabe colocar los pesos y posturas y maniobra con independencia. Cerca, Rodrigo Fidalgo, de 16 años, observa la sesión de su compañero. “Pone mucho esfuerzo, siempre curra con una sonrisa, es un ejemplo porque aunque no tenga buen día lo intenta, lo apreciamos mucho”, destaca el joven piragüista.

Iker y su padre bajan por un pantalán hacia el Duero.

Su rendimiento deportivo ha propiciado varias medallas… aunque le quita importancia: “Es que competimos muy pocos, mi madre dice que con participar y pasarlo bien es suficiente”. Así justifica las enseñas en plena ría de Colindres (Cantabria) o en el proceloso Pisuerga en Torquemada (Palencia). El entrenador valora las victorias: “Hacer siete kilómetros ciego merece ya una medalla, solo con hacerlo ya nos vale y nos dan igual las medallas, compite como una bestia”. Gallego compite en paracanoe, una canoa más ancha para personas con discapacidad, que se enfrentan en función del grado de su minusvalía. Para Linares, “ser ciego es lo peor en el piragüismo, más que otras discapacidades, necesitas guía”, e ilustra: “Tú tápate los ojos y ponte a caminar”.

Tan bien rema el zamorano que en los torneos hay gente que se acerca al entrenador y le pregunta si de verdad hay ceguera completa o “si algo ve”. “El deporte le ha dado todo, está mucho más asentado mentalmente, al principio estaba un poco más amargado, se lo pasa muy bien y físicamente está mejor”, añade. Tanto disfruta Gallego que de cara al futuro duda qué estudiar: Fisioterapia en Madrid o quedarse en Salamanca y cursar Biología, una pasión que le permitiría seguir cerca de Zamora y del remo. Esta constancia lleva a preguntarle si se considera un referente, algo que desmiente nada más terminar el entrenamiento: “No me lo he planteado, pero para serlo lo importante es que la gente, antes, tenga voluntad y se anime a apuntarse”.

Iker Gallego entrena en el gimnasio de la Ciudad Deportiva de Zamora.

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Sobre la firma

Juan Navarro
Colaborador de EL PAÍS en Castilla y León, Asturias y Cantabria desde 2019. Aprendió en esRadio, La Moncloa, buscándose la vida y pisando calle. Grado en Periodismo en la Universidad de Valladolid, máster en Periodismo Multimedia de la Universidad Complutense de Madrid y Máster de Periodismo EL PAÍS. Autor de 'Los rescoldos de la Culebra'.
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