El abrazo sincero del campo mexicano al trail mundial
Una modesta comunidad indígena de Huasca de Ocampo se vuelca para recibir por primera vez a las Golden Trail World Series en Latinoamérica, una fiesta que trasciende el deporte


El trail mexicano ha aprovechado cada segundo del desembarco de las Golden Trail World Series en Latinoamérica para sacar la cabeza y sumar a los suyos, a las gentes del campo, a los indígenas que sienten las montañas. Una causa que abre una doble ventana, tanto para que los mexicanos se calcen unas zapatillas como para que el turismo deportivo deje recursos en una zona necesitada. Comunidades como Reyes de Tepezala, que cosen a mano una manta de bienvenida, ataviados con botas de agua para aguantar unos días más una temporada de lluvias que nunca se acaba, y ven pasar a africanos a velocidades demenciales como si vinieran de otro planeta. Una cita entre dos mundos lejanos que quizás no se repita, pero que ninguno olvidará. Porque, como resumió el principal representante local, Eder Belmont, los suyos dieron un “abrazo” con todas las letras en el Tepec Trail: 34 kilómetros con unos 2.000 metros de desnivel positivo. Y por las victorias imponentes de Elhousine Elazzaoui, el favorito del público, y de Lauren Gregory, la estadounidense que salta al primer escalón.
Tepec Trail está inevitablemente ligado a su fundador argentino, Marcos Ferro. Su sueño era correr los 171 kilómetros del Ultra Trail del Mont Blanc, una guinda de la que el destino le privó por una rotura de isquios antes de coger el avión. Acabó viviendo 20 años en México y buscó un medio para ese fin. “¿Por qué no hacer una carrera que pueda ser clasificatoria para más gente que esté en mi situación?” Así nació el primer Tepec Trail en 2011, por eso Huasca de Ocampo fue el primer granero de trail en el país, elegida en parte por la cercanía con Ciudad de México, a escasas dos horas en coche. Una zona que presume de turismo seguro y de tradiciones como el castillo de fuegos artificiales de San Juan.

Ese proyecto inicial pereció en 2019, pero Salomon, propietaria de las Golden, quería hacer en Huasca la final de las National Series de la región americana en 2021. Lo que antes era un recorrido de 100 kilómetros se transformó en uno más salvaje de 34 para ganar complejidad técnica y desnivel. Hubo que acortar la distancia con las montañas y llevar la salida en Reyes de Tepezala, un enclave con 200 habitantes que subsisten de la agricultura y de dos contadas tiendas de alimentación. Allí llega el panadero esquivando socavones en un sendero de tierra árida mientras escucha La Oreja de Van Gogh. Nada de asfalto, aunque los adolescentes tapan como pueden el que conecta sus casas con el pueblo matriz y venden nueces para costearlo.
Por eso Ferro quiere sumar: “El turismo de trail, bici o senderismo está por desarrollar. Y qué mejor que hacerlo de la mano de las comunidades indígenas, que pueden compartir su cultura. Nosotros traemos a los invitados, pero ellos son los anfitriones de la fiesta”. Estuvieron a la altura, una convocatoria masiva, desde la presentación del sábado a un recorrido con un voluntario en cada subida. Una grata sorpresa para el circuito. Esa “foto perfecta del campo mexicano” la integran las manos áridas de agricultores que completan sus cosechas de maíz con ovejas y cabras. “No tenemos las montañas de los Alpes ni la afición del País Vasco, pero podemos dar el sabor y la calidez de la cultura latinoamericana. Si todos jalamos del mismo lado, podemos hacer algo muy importante por el deporte de este país y de este continente”.
La geología replica el mestizaje cultural de la zona. Una carrera fugaz que empieza una explanada árida, junto a la iglesia de Reyes. Tres kilómetros por una zona erosionada con dunas rojizas conducen a un paraíso boscoso donde los años han descubierto senderos como
un acueducto sepultado. “Lo que más me motiva de este trabajo es que los senderos recobren vida y la comunidad puede volver a usarlos”. La subida principal conduce a Carboneras —así llamada porque sus árboles se usaban para hacer carbón—, una parte área sin senderos, pura piedra. De pinos y encinas a un mirador nítido hacia la Sierras de las Navajas, así conocida por los yacimientos de obsidiana, una piedra volcánica negra que las culturas de Teotihuacán usaban también para las puntas de lanzas o flechas. Hay pedazos diseminados en todo el recorrido, el mineral del que están hechos los trofeos, pues las minas —los corredores bordearon una— siguen funcionando.

Gregory, segunda en la final del curso pasado, aprovechó la explosión de Joyce Njeru, ganadora siete días atrás en Broken Arrow, en la última subida para ganar con margen en 3h26m28s; la keniana llegó a 4m4s y Madalina Florea completó el podio a 20m44s. Se convierte así en la quinta ganadora diferente en las seis citas disputadas. Todas son candidatas al cetro final, junto a Sara Alonso, segunda de la general.
Todo ese menú de subidas y bajas en altura —se alcanzan los 2.839 metros sobre el nivel del mar— no sirvió para romper la carrera masculina, decidida por Elazzaoui, que volvió a usar ante los kenianos la bala de plata de dejarles en la bajada de vuelta al pueblo. Hizo 3h00m01, cuarto de hora por encima de las previsiones, la prueba de la dureza del recorrido. Es su tercera victoria del año, así que alcanza el máximo de puntos de cara a la gran final. A la estela quedan Patrick Kipngeno, segundo a 10s, y Philemon Kirigo, tercero a 22s. El resto, a un abismo, incluidos los dos mexicanos en el top-6: Miguel Ángel Pérez y Belmont, el embajador. Cientos de aficionados llevaron sus palabras a la práctica con una zona de meta a rebosar que extendía la recepción de la élite a los anónimos, con Ferro chocando manos y gritos que obligan a exprimir las últimas gotas, aunque los gemelos no puedan más. No se atisba el Mont Blanc por ningún lado, pero ni falta que hace. Porque México desborda sentimiento.
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