VAR
Hemos descubierto que cada imagen tiene un montón de fotogramas y que si eliges uno u otro la verdad se acaba convirtiendo en la mayor prueba de la falsedad humana


Hace muchos años, en el siglo pasado, solíamos debatir sobre la necesidad de que la tecnología llegase al fútbol para hacerlo avanzar, crecer y ganar en eso que llamábamos justicia deportiva.
Nos llegaban ejemplos desde el otro lado del Atlántico en cuanto a la aplicación del vídeo para la toma de decisiones de los árbitros, para complementarlos y hasta corregirlos. Y eso nos precia la panacea para acabar con los debates y las discusiones futboleras.
Algunas voces se levantaban contra lo que era (o parecía que era) una verdad irrefutable. Voces que hablaban sobre las miles de posibilidades que habría que analizar, sobre la búsqueda de la justicia en el deporte y, por qué no y ya puestos, en la vida cotidiana, sobre que lo bello del futbol está en el juego pero también y sobre todo en las posibilidades de discutir sobre ello. Se iban a acabar los cafés del lunes en torno a las imágenes de la moviola o esas sobremesas acaloradas en donde la verdad y la mentira estaban separadas por la línea del área. Incluso alguno hablaba de erróneas decisiones decisivas tomadas con el vídeo en una final de la NFL en la que la tecnología no permitió a los árbitros salir de su error.
Se nos decía que el fútbol era un deporte retrógrado porque no se abría a estas nuevas soluciones y seguía anclado en eso que llamábamos el error de interpretación. Algunos a ese error le llamaban la voluntad de interpretar, como si en la condición humana estuviera exenta en algún ámbito de su inmenso espectro.
Y lo resumíamos en aquello de: “¡Es que NO lo ha querido ver!”.
Hace unos años nos dijeron que la tecnología se implantaba para acabar con los debates.
Y llegó el Mundial de Rusia 2018.
Ahí empezamos a sentir que parecía que no todo rodaba como era debido y que los debates seguían abiertos pero nos contaron, de nuevo, que era algo nuevo que tenía que ajustarse y equilibrarse y que, además, todavía los árbitros no estaban acostumbrados a utilizarlo y que incluso haría falta que llegara una generación más “tecnológica” y acostumbrada a trabajar con lo audiovisual.
Y ahora los debates futboleros los abrimos con el vídeo de ese ingeniero aficionado al fútbol que en su instagram nos muestra que la línea del fuera de juego estaba mal trazada porque el fotograma (frames para los más avanzados) utilizado era justo antes de que el balón saliera del pie del pasador y eso hacía que la decisión fuera errónea (milímetros invisibles para el ser humano). Porque hemos descubierto que cada imagen tiene un montón de fotogramas y que si eliges uno u otro esa línea que debía llevarnos a la verdad se acaba convirtiendo en la mayor prueba de la falsedad humana.
Y eso ha sido la panacea de todas las teorías conspiranoicas que ahora suman a los árbitros de la sala VAR (esto también es nuevo), a los ingenieros que “tiran” las líneas y a los realizadores de televisión.
Y yo me pregunto en estos días de magia y sueños a realizar si no sería posible que tuviéramos la suficiente humildad para aceptar que el remedio ha sido peor que la enfermedad y podamos volver a los tiempos en los que los árbitros (y los que opinábamos sobre las decisiones de los árbitros) se equivocaban porque eran humanos. Tan humanos como los responsables de la FIFA que pusieron en marcha el asunto, los responsables técnicos de generar las imágenes para ser analizadas, los árbitros del VAR o ese mismo árbitro que ya era humano cuando ha pitado el penalti, que sigue siendo humano cuando recibe una comunicación que le hace saber que, tal vez, se haya equivocado, y que es triplemente humano cuando se enfrenta a esa pantalla, sobre un negro oscuro perfecto, en la que mira la imagen, se autoevalúa y se enfrenta a la situación de autocorregirse con la misma imagen en la que miles de aficionados siguen viendo que ese brazo estaba en posición natural… o no.
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