Un ‘rojo’ en la huelga de millonarios de la F1
Bruno Giacomelli, que rechazó a Ferrari, fue el único piloto comunista en el elitista circo de las cuatro ruedas


Hablemos de Bruno Giacomelli. El 26 de octubre de 1979, la revista deportiva brasileña Placar anunció su fichaje por la escudería de Alfa Romeo. “Según el director de Competición, Carlo Chitti, Giacomelli estaba en sus planes, pero lo que reforzó la decisión de la fábrica, que es estatal, fue un comunicado del Partido Comunista italiano, que exigió a Giacomelli en el equipo, amenazando con promover una huelga entre los operarios de la división de competición de Alfa Romeo si el piloto no fuese confirmado para 1980”. Giacomelli era una bella y joven promesa que venía de estar dos años en competición. Comunista de carné y espíritu, sus fans atribuyeron a su militancia cualquier decisión que se tomase en su contra en el elitista mundo de millonarios de la Fórmula 1, y esas decisiones no fueron pocas.
Curiosamente, dos años después de aquella amenaza del Partido Comunista italiano, tuvo lugar la primera y única huelga en la historia de la F-1. La hicieron los pilotos en la primera carrera en Sudáfrica. El problema lo desencadenó Niki Lauda tras regresar de su retiro y encontrarse con una cláusula que, recordó hace años Javier Rubio en El Confidencial, vinculaba su superlicencia al equipo del piloto. Rubio escribe un delicioso artículo que describe a las estrellas amotinadas en un salón y durmiendo sobre colchones en el suelo. Los dos animadores fueron el fino y millonario de cuna Elio di Angelis, que además de piloto era pianista y tocó para animar el encierro, y Gilles Villenueve, que le acompañó tocando jazz. Villenueve murió cuatro meses después en las carreras, a los 32 años; De Angelis murió también en las pistas, con 28. Giacomelli fue el tercer animador de esas horas de reivindicación laboral: lo hizo leyendo textos sobre el terrorismo en Italia.
Giacomelli, cuyo mejor resultado fue una tercera plaza en el GP de Las Vegas, dijo no a Enzo Ferrari en una historia rocambalesca con protagonismo incluido de Max Mosley; los dos, Ferrari y Mosley, se disputaron al italiano. El dueño del cavallino citó al chico, cuando él aún estaba en manos de la escudería británica de Mosley, en un hermoso y soleado restaurante al sur de Módena para desayunar. Allí le propuso conducir un Ferrari. Mosley ya le había dado asiento en su escudería March y un adelanto importante a quien había llegado a dormir en los garajes para correr.
Un chico del que la revista Autopiste contaba que no había nacido con una silver spoon in hand,una cuchara de plata en la mano, tomando prestado el verso de Creedence Clearwater Revival.
Ferrari puso sus abogados a disposición de Giacomelli para liberarlo del equipo inglés, pero él lo resolvió solo: fue junto a Mosley y, haciéndose el ingenuo, le dijo que no sabía qué había firmado porque no sabía inglés. Tuvo que ser interesante la relación del muchachito comunista y Mosley, hijo de una de las musas de Hitler, casada con Oswald Mosley, fundador de la Unión Británica de Fascistas; el mismo Max Mosley del que se filtraron, 30 años después de su relación con Bruno, vídeos en los que participaba en orgías sadomasoquistas con prostitutas ataviadas de guardianas nazis: qué no haría Freud con eso.
En su reunión con Giacomelli, el británico rompió el contrato firmado y le dio vía libre para ir a Ferrari. El rojo Bruno subido al rojo pasión del lujo. Pero Enzo Ferrari incumplió su palabra, le dijo que seguiría fogueándose en la F-2 un año más y Giacomelli dijo no a Dios. Tenía 24 años.
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