La vida loca de John Lennon
El “fin de semana perdido” confirmó lo que ya se sabía: que el ‘beatle’ no aguantaba bien el alcohol o cualquier otro tipo de excesos


Viendo una entrevista reciente con el guitarrista californiano Larry Carlton, descubro que fue contratado para grabar, durante una semana, con John Lennon, bajo la dirección de Phil Spector. Su primer asombro fue encontrarse en un estudio a rebosar con dos docenas de instrumentistas de primera división, incluyendo a Steve Cropper, Dr. John y Leon Russell. Artista y productor llegaron con tres horas de retraso, lo que suponía —con las tarifas de entonces— un verdadero despilfarro.
No fue lo peor. Achispado, el británico se empeñó en enseñarle cómo se debía tocar Bony Moronie (más conocida entre nosotros como Popotitos); el músico se mordió la lengua para no replicar que conocía la canción desde que era adolescente. El encuentro fue tan decepcionante que, unas horas después, Carlton llamaba a la oficina de Spector para cancelar el citado contrato.
Conviene conocer su profesionalidad para entender la enormidad del rechazo: tras miles de sesiones, renunciar a tocar con Lennon. Larry se inclinaba personalmente hacia el jazz eléctrico, pero nadie podía desaprovechar la oportunidad de trabajar con un beatle. Su desgracia fue coincidir con lo que los biógrafos de Lennon conocen como “el fin de semana perdido”.
En realidad, casi año y medio de desmadre, de octubre de 1973 a enero de 1975. Tras una flagrante infidelidad, Yoko le expulsó del apartamento común en el edificio Dakota. John estaba en una coyuntura muy tensa, con la Administración Nixon empeñada en expulsarle de Estados Unidos y agobiado por diversos compromisos.
Sin un manager que cuidara de sus intereses, Lennon tendía a meterse en jardines. El mafioso Morris Levy, editor del repertorio de Chuck Berry, denunció que su Come Together era un plagio de You Can’t Catch Me. Para evitar un juicio, John se comprometió a grabar tres canciones cuyos derechos editoriales eran controlados por Levy. Dado que no estaba por la labor de componer, había concebido elaborar Rock’n’Roll, una colección de temas clásicos, siguiendo la pista del Pin Ups, de su amigo David Bowie.
Pero suya y solo suya fue la idea recurrir a Phil Spector, residente en Los Ángeles. Hacía allí fue Lennon, en compañía de su novia del momento, May Pang. Debió aguantar las extravagancias del productor, que llegó a disparar su pistola al techo del estudio (la reacción de Lennon: “Puedes matarme, Phil, pero no me jodas el oído”). Fueron meses de borracheras, de escándalos en locales nocturnos, de episodios de destrucción que se olvidaban pasada la resaca. Todo aparentemente con la tolerancia de Yoko, a la que John llamaba a todas horas.
Aquí se aprecia algo intrigante: Lennon necesitaba un productor para elaborar Rock’n’Roll, un proyecto relativamente simple, con versiones de temas históricos (eso sí, versiones suntuosas). Pero, cuando se trataba de grabaciones ajenas, podía funcionar como productor: es lo que hizo en Pussy Cats, elepé de Harry Nilsson, su compañero de juergas.
Pussy Cats, Rock’n’Roll y otro elepé de canciones nuevas, Walls and Bridges, se concluyeron en Nueva York. De vuelta en Manhattan, estaba escrito que John coincidiera con Yoko. Se reconciliaron y, durante varios años, la música pareció quedar aparcada. En realidad, alejado del negocio, John grababa en la intimidad del Dakota versiones y fragmentos de ocurrencias propias. Se fraguaba lo que sería el último disco que publicó en vida, Double Fantasy.
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