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Una nueva ‘Anthology’ ilumina los recovecos del largo y tortuoso camino de los Beatles

Se presentan fascinantes nuevas versiones del recopilatorio sonoro y audiovisual que se adentra en la dinámica creativa del grupo que marcó la historia de la segunda mitad del siglo XX

Diego A. Manrique

No falla. Casi cada año, por estas fechas, se publica una “novedad” de The Beatles. No consideren un pecado el apuntarse al mercado navideño: hablando en vulgares términos económicos, se podría argumentar que, durante su vida oficial, los cuatro beatles no se beneficiaron adecuadamente de su inmensa popularidad y su posición de liderazgo cultural. Por varias razones: estaban sometidos a contratos inequitativos, renunciaron a buena parte de sus ingresos al dejar de girar en 1966, dependían de Brian Epstein, un manager fiel pero poco ducho, sufrieron posteriormente una sangría económica con la aventura de Apple Corps Ltd (un catastrófico intento de “comunismo occidental”, según la definición de Paul McCartney), no se preocuparon del dinero hasta que vieron las orejas al lobo de los números rojos… y entonces se encomendaron al Diablo, en la forma del temible Allen Klein. No tardarían en romperse de la peor manera posible.

Su legado fue seguramente salvado por la visión de futuro de Neil Aspinall, su antiguo chófer, que en 1968 se convirtió en su representante tras la muerte de Epstein. Para Neil, se trataba de un puesto ocasional, “hasta que encontraran la persona adecuada”, pero su lealtad le eternizó como su manager efectivo hasta poco antes de su muerte, en 2008. Fue Aspinall el motor de varias querellas contra Apple Computer por “violación de la marca registrada”. Se enfrentó a cara de perro con EMI, la discográfica identificada con el grupo. También se empeñó en potenciar el relanzamiento de los discos oficiales, junto a la puesta en marcha de The Beatles Anthology, un proyecto multimedia especialmente destacable por el rescate de grabaciones inéditas, hasta entonces territorio exclusivo de los anónimos creadores de discos piratas; Aspinall logró que finalmente pudieron sonar con calidad profesional, aparte de ordenar el magma de maquetas, tomas alternativas, caprichos, directos y vetar la publicación de Carnival of Light, un experimento desarrollado a instancias de McCartney para un montaje multimedia de principios de 1967 y que supuestamente no tendría sentido fuera de su contexto.

Sería legítimo reconocer también a Aspinall como la mano en la sombra responsable de la actual reencarnación de Anthology, con versiones ampliadas de la narración audiovisual (estrenada en Disney+) y en audio, ahora una caja con 191 temas en 8 CD, publicada por Universal. ¿La forma definitiva? Bueno, lo será hasta que aparezcan novedades tecnológicas que permitan profundizar en el tesoro. Aquí nos beneficiamos de los hallazgos de Park Road Post Production, la empresa neozelandesa del realizador Peter Jackson, experta en la remasterización de un material heterogéneo, preservado a partir de diferentes formatos. Sin olvidar la inteligencia musical de Giles Martin, el hijo músico del asombroso productor George Martin. Más fiable, dicho sea de paso, que Jeff Lynne y sus aparatosos monstruos de Frankenstein, más ELO que The Beatles.

Se supone que la fonoteca madre está en las profundidades de Abbey Road, donde se almacenan las joyas de la corona. ¿En qué consisten? En sus inicios, The Beatles era un cuarteto laborioso, que facturaba diversas versiones de cada canción, con diferencias más o menos radicales, como demuestra el rescate de Got To Get You Into My Life. Luego, cuando empezaron a trabajar con 8 pistas, dejaron muestras del proceso constructivo, con versiones exclusivamente instrumentales de Hey Bulldog o ese Something que permite poner en valor los suntuosos arreglos del productor George Martin. Las eficientes prácticas archivísticas de Abbey Road solían numerar casi todas las diferentes interpretaciones, aparte de conservar algo de las conversaciones previas o posteriores. Así escuchamos a Lennon quejarse de que Julia es difícil de cantar, seguramente no tanto por su estructura musical como por el hecho de que allí intentaba sintetizar sus sentimientos ante la inesperada muerte de su madre.

Esa posibilidad de paladear el work in progress ayuda a que los Beatles hayan mantenido su fascinación entre diferentes generaciones, como modelo positivo o incluso negativo. Decía Kurt Cobain que, para Nirvana, no tenía sentido tocar pop debido a que “The Beatles lo hicieron todo durante los sesenta”. Ocurre que su obra sigue siendo ejemplar, por una intensa evolución estética a lo largo de siete años y, evidentemente, por la riqueza de sus propuestas en ese periodo febril, cuando probaron casi todos los palos. Anthology no pretende reemplazar al corpus original –las 213 canciones oficiales- pero permite un placer morboso, equivalente al del estudioso que se sumerge en las diferentes configuraciones de un texto o el del arquitecto que se acerca a los planes originales de un edificio histórico.

Con la salvedad de que se trata de una creación colectiva y aquí, claro, cada uno arrima el ascua a su sardina. Ya sabemos de la obsesión de Paul McCartney por controlar el relato de los Beatles, aunque ahora debemos matizarlo con el evidente escepticismo de George Harrison, por no hablar del trágico silencio del siempre cambiante John Lennon, missing desde 1980. Hasta Ringo Starr lleva mal la pesada carga de ser un beatle, mostrándose antipático ante las inevitables peticiones de autógrafos o selfis. Al final, tiene sentido el resignado diagnóstico que hizo Harrison: The Beatles es más grande que la suma de los cuatro, se trata de un monstruo que crece por su cuenta, más allá de la voluntad de los protagonistas.

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Sobre la firma

Diego A. Manrique
Periodista musical en radio, televisión y prensa escrita, ocupaciones evocadas en el libro 'El mejor oficio del mundo'. Lo que no impide su dedicación ocasional a la novela negra, el cine, los comics, las series o la Historia. 
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