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Giuliano da Empoli: “Las grandes tecnológicas tienen un proyecto totalitario”

El escritor y politólogo advierte en ‘La hora de los depredadores’ sobre los peligros para la democracia que supone la alianza entre las ‘big tech’ y los nuevos populismos

Giuliano da Empoli (París, 52 años) lleva años observando las mutaciones del poder. Después de la novela El mago del Kremlin, inspirada en Vladislav Surkov, spin doctor de Vladimir Putin, este año ha publicado La hora de los depredadores (Seix Barral), un ensayo sobre un mundo donde las democracias se enfrentan al peligro de una nueva alianza entre las grandes tecnológicas y los populismos emergentes. El escritor y politólogo italosuizo preside el think tank europeísta Volta y es profesor del Instituto de Estudios Políticos de París. En la capital francesa tuvo lugar esta conversación, pocos días antes de que concluyera un año que ha reconfigurado el tablero geopolítico.

Pregunta. ¿Qué balance hace de 2025?

Respuesta. No ha pasado nada muy nuevo, pero sí una aceleración casi apocalíptica de cosas que ya veíamos. En griego, apocalipsis significa revelación. Lo que estaba latente ha salido a la luz: una serie de depredadores políticos y empresariales con intereses muy distintos convergen en un objetivo: quieren deshacerse de todo lo que limite su poder, de las reglas, los jueces, las instituciones. Europa, que es un mundo hecho de normas y frenos, está en el punto de mira. Para nuestro continente, es un desafío sin precedentes.

P. Dice que es “el escriba de una civilización moribunda”. ¿Llega el fin del mundo?

R. No, pero tal vez sí el final de la democracia liberal. Incluso si Trump se marcha mañana, es un error creer que volveremos a lo de antes. El mundo de ayer nunca regresará.

P. Compara a Trump, Putin o Meloni con los Borgia.

R. Como en aquel tiempo, hoy se vuelve a premiar la violencia y el insulto. La violencia en política no es necesariamente mala: la agresividad verbal que la caracteriza logra contener o evitar la física. La política es lo que permite que personas con ideas opuestas e intereses distintos no se maten entre sí. Pero este ciclo está siendo más violento de lo habitual. Y los europeos llegamos mal preparados a la batalla: nuestros líderes se formaron en épocas pacíficas, que no requerían especial coraje. Ahora sí empieza a ser necesario.

Incluso si Trump se marcha mañana, es un error creer que volveremos a lo de antes. El mundo de ayer nunca regresará”

P. ¿Los líderes actuales son mediocres?

R. Pienso en la generación de la caída del Muro: Mitterrand, Kohl, Felipe González... No lo hicieron todo bien, pero lograron tomar decisiones históricas. Los líderes europeos de hoy no están preparados para este cambio de fase. Les cuesta actualizar su software.

P. ¿Debemos pasar del modo paz al modo guerra?

R. No me gusta la retórica guerrera. Prefiero decirlo de otra forma: hay que pasar de la gestión a la política. Solo veo dos líderes europeos que hagan política en Europa, cada uno a su manera: Giorgia Meloni y Pedro Sánchez. Pero ninguno encarna un liderazgo europeo capaz de enfrentarse a Trump, Putin o las tecnológicas.

P. La idea de Europa está cambiando, de mandar a los jóvenes de Erasmus al nuevo servicio militar, como ya proponen Alemania y Francia.

R. Es vertiginoso y un poco distópico. Los líderes que quieren darse una estatura se agarran al tema de Rusia porque es lo más sencillo: movilizar a través del miedo. Pero no podemos reducirlo todo a lo bélico ni limitar la idea de Europa a hacer el servicio militar para ir al frente en Estonia. El peligro real no es tanto una invasión de Rusia como acabar con una mayoría de gobiernos de extrema derecha en un continente rearmado.

P. Una imagen que marcó 2025: en enero, Trump toma posesión rodeado de líderes de las grandes tecnológicas.

R. Fue la culminación del ascenso político de las big tech. Ya no son solo empresas: proponen un nuevo modelo de gobernanza y un proyecto ideológico, que pasa por acabar con la democracia liberal tal como la conocemos. La sumisión de las élites económicas al poder político, incluso al peor de todos, forma parte de la normalidad histórica. Recuerde a Hitler en 1933… Pero aquí hay algo más inquietante: esas empresas encarnan un poder político por sí mismas. No solo dominan la economía, sino que influyen en nuestra forma de ver el mundo, de pensar y desear.

P. ¿El verdadero autoritarismo viene de Silicon Valley y no de Trump?

R. En cierto modo. El modelo de gobernanza de esas compañías, en su forma actual, es totalitario en un sentido estricto: gestionar grandes masas humanas a través de datos y procesos no democráticos. Hay matices, pero existe una ambición de control total que es más peligrosa que el autoritarismo desordenado de Trump.

P. Otra imagen del año: en septiembre, Netanyahu promete en la ONU “terminar el trabajo” en Gaza, mientras varios diplomáticos abandonan el pleno.

R. Me obsesiona la relación entre violencia simbólica y física. En 1996, Netanyahu fue el primer político israelí que introdujo la brutalidad verbal en las campañas electorales. Se enfrentaba a una figura intocable como Shimon Peres, a quien intentó destruir con una violencia verbal inédita en el contexto de su país. Treinta años después, el punto de llegada ha sido la violencia sin límites a la que asistimos hoy. Cuando los sistemas políticos se degradan y se vuelven tan violentos, aunque al principio sea solo a través de las palabras, aumenta la probabilidad de que todo acabe en violencia física. Y eso me da mucho miedo.

P. En su libro es crítico con la presidencia de Barack Obama.

R. A mí me gustaban Clinton y Obama. Con el tiempo he cambiado de opinión: su responsabilidad es enorme. Obama fue un líder carismático, pero políticamente débil. Logró la reforma sanitaria, que fue importante, pero poco más. Mientras, se dedicó a exhibir gestos simbólicos que generaron un prejuicio enorme. Por ejemplo, el famoso huerto ecológico de Michelle Obama. El wokismo fue pan bendito para los borgianos, el combustible perfecto para alimentar su máquina del caos. El presidente Obama no hizo nada contra el naciente poder trumpista y alimentó reacciones que lo fortalecieron.

P. ¿Qué le evoca verlo convertido en productor de contenido?

R. Los políticos de la tercera vía acercaron a la izquierda al mundo empresarial y no frenaron el poder creciente de las tecnológicas, en plena ilusión de la start up nation. Para Blair, Obama, Macron y otros, apoyarlas era moderno y regularlas era antiguo. No es extraño que vayan a trabajar para ellas al terminar sus mandatos.

P. Otra foto más: en noviembre, Justin Trudeau oficializa su relación con la cantante Katy Perry.

R. La política se ha desplazado hacia el terreno del entretenimiento y ya funciona con criterios parecidos. Fíjese en los mítines de Trump, que son como espectáculos de stand up. Son incluso divertidos hasta que se vuelven violentos. En Italia eso existe desde hace décadas: no olvidemos a Berlusconi...

Solo veo dos líderes europeos que hagan política en Europa: Giorgia Meloni y Pedro Sánchez. Pero ninguno encarna un liderazgo europeo capaz de enfrentarse a Trump"

P. Dice que la política se ha convertido en una mezcla de series de televisión.

R. Cuando escribí mi libro, el año pasado, dije que era un 10% de El ala oeste de la Casa Blanca —la parte heroica—, un 15% de House of Cards —la parte maquiavélica—, y un 75% de Veep: superficie, vanidad, absurdo y entretenimiento. Ahora ya es casi todo Veep. Ya no queda nada de Aaron Sorkin.

P. ¿Dónde se ubica usted políticamente?

R. Fui partidario de la tercera vía y trabajé muchos años con Matteo Renzi, pero me equivoqué en algunas cosas, sobre todo en el ámbito tecnológico. Ahora me siento más de izquierda en ciertos aspectos, más cercano a la línea de Elizabeth Warren o Bernie Sanders. En otros temas, en cambio, soy menos de izquierdas. En cuestiones de identidad, soy más universalista y menos cercano a lo woke: creo que nuestras diferencias en materia de identidad pueden integrarse en un proyecto común de sociedad.

P. ¿Qué aprendió de sus padres?

R. Mi madre, que es suiza y especialista en literatura alemana, me transmitió el sentido común y el amor por los autores rusos. Y mi padre [el economista Antonio da Empoli, con cargos en la OCDE y la presidencia italiana], la peligrosa excitación de creer que la política es el lugar donde sucede lo más importante en la vida. Hoy creo que quizá era una ilusión, un error. Pero me transmitió esa enfermedad: pensar que la política es lo más decisivo, y que hay que estar ahí para que tu vida cuente. Poco después de volver a Roma, mi padre salió gravemente herido de un atentado de las Brigadas Rojas. Murió poco después en un accidente de coche, y ese doble golpe me marcó. Intenté imitarlo, pero comprendí que mi naturaleza no era la acción política. Me va mejor haciendo de escritor. Cuando trabajé en política acabé totalmente deprimido.

P. En el libro menciona el “reloj del apocalipsis”, la metáfora que marca lo cerca que está el mundo de una catástrofe global que llegaría a medianoche. ¿Qué hora marca hoy ese reloj?

R. Los físicos ligados al proyecto Manhattan, que construyeron la bomba atómica, decían que quedaba un minuto y medio antes de la medianoche. Ahora estamos cruzando un umbral, entrando en un mundo distinto. Lo que viene será una humanidad muy diferente. ¿Quién nos va a gobernar? ¿Una asamblea formada por seis empresarios, un grupo de neofascistas americanos y el Partido Comunista chino? En fin, no le he respondido sobre la hora, pero habrá entendido que ya casi es medianoche.

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Sobre la firma

Álex Vicente
Es periodista cultural. Forma parte del equipo de Babelia desde 2020.
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