María Iglesias, escritora: “La migración es un impulso inevitable conectado con la esperanza”
La andaluza, especializada en migraciones y derechos humanos publica la novela ‘Puro empeño’, que plantea el dilema de si debemos desobedecer leyes injustas


María Iglesias (Sevilla, 49 años), escritora y periodista, locuaz y segura (dice que solo lo parece), vive mirando a África, al mar, a los que tratan de llegar a estas costas desde otro mundo, que también es este. Escribe sobre migraciones y derechos humanos, historias corales donde tiene gran peso la amistad. Su última novela, Puro empeño (Edhasa), narra la historia de dos amigas europeas que se enfrentan desde diferentes perspectivas a la posibilidad de traer a España ilegalmente a un bebé repudiado, hijo de una adolescente marroquí y un maliense muerto en un salto a la valla de Melilla. Un dilema.
Pregunta. ¿Por qué escribe sobre migraciones?
Respuesta. No es premeditado. Mi primera novela, Lazos de humo, se inspira en mi bisabuelo cántabro que acabó viniendo al sur para trabajar como carbonero. Pero yo no me daba cuenta de que había sido migrante, porque migrante siempre es el otro.
P. La vida le llevó por ese camino.
R. Sí, tampoco es raro. Mis padres eran militantes antifranquistas. Él era abogado laboralista y llegó a ser candidato a la alcaldía de Sevilla por el Partido del Trabajo de España, el PTE. Los mítines estaban llenos porque tocaban Lole y Manuel, pero luego la gente no votaba. Yo fui a una escuela francesa y en la función del colegio sacábamos la guillotina de papel de plata.
P. ¿Cuándo se implicó?
R. Todavía me da escalofríos la escena: una madrugada en Mitilene, capital de la isla de Lesbos. Cuando vi bajar a la gente de la patera, empapada en la madrugada, helada, con los niños, con la abuela… y yo con mi libreta y mi boli, me sentí tan ridícula. ¿Cómo te vas a poner a preguntar? Lo que te sale es ponerte a ayudar. Mi familia tuvo relación con el cristianismo de base, aunque yo no soy practicante, así que pensé: si hay un Cristo tiene que estar con esta gente. Y que esta gente era el chivo expiatorio perfecto para que entrara la ultraderecha a quitarnos los derechos a todos.
P. Ahora lo cristiano vuelve por la parte conservadora… ¡y por Rosalía!
R. También hay que ver donde ponemos el foco. En la Iglesia hay quien juega un papel activo por la justicia social, como los jesuitas de la asociación Claver, las monjas vedrunas que trabajan con los migrantes que llegan a Ceuta o el trabajo de Cáritas en la exclusión social. No le compremos el discurso a la ultraderecha de que el catolicismo son ellos, además su mensaje no es nada evangélico, nada de amar al prójimo.

P. Su novela se pregunta si es legítimo desobedecer leyes injustas.
R. Quería construir un ámbito donde no me fuera fácil tener una opinión. En la novela hay dos posturas: quien viendo que la realidad injusta se salta la ley y quien se aferra a la ley en la convicción de que un bien saltándose la ley puede generar otros males. Se me ocurren otros dilemas…
P. ¿Cuáles?
R. Si Israel nos permitiera a los periodistas entrar en Gaza y una madre gazatí nos pidiera que metiéramos a su hija en el maletero para sacarla de aquel infierno, ¿qué haríamos? Y si nos negásemos alegando el cumplimiento de las leyes, ¿lo estaríamos haciendo solo por eso o también por no complicarnos la vida?
P. En su novela los migrantes son personas. Aquí se nos pintan como seres unidimensionales, que solo son migran.
R. Primero: España necesita una mayor presencia en primera línea de personas afro, latinas, orientales… Hay una homogeneidad en puestos visibles que ya no se corresponde con la realidad sociológica del país. Así es fácil caer en estereotipos.
P. ¿Y segundo?
R. Que resignarse no está en el ADN de los seres humanos. El ansia de futuro, de progreso, que mueve a los migrantes es el mismo que está llevando en Occidente a cada vez más capas de la población a confiar a la desperada en discursos fascistas.
España necesita una mayor presencia en primera línea de personas afro, latinas, orientales...
P. Luego está el migrante rico, lo que llamamos expat.
R. Algunos expats aducen que ellos sí aportan un valor, como si los otros migrantes no lo aportaran. Aunque esta visión utilitarista es espantosa y hay que rehuirla: hay que poner el foco en el derecho intrínseco de la persona a migrar, sea africana o europea.
P. No es lo habitual.
R. Llevamos 40 años sembrando patatas, así que no podemos cosechar tomates. Ahora queremos tener una sociedad que tenga mucho apego a la democracia, que haga autocrítica de las instituciones o del partido favorito de cada uno, y también la hagamos los periodistas y los medios. Hemos permitido, por autocomplacencia, un desgaste muy paulatino. Se han sembrado unos valores de individualismo y competitividad que no tienen que ver con lo colectivo y con la democracia como sistema de gestión de la discrepancia. La gente dice: “Ahora si sale Vox no pasa nada”. A eso no se llega de un día para otro.
P. ¿Qué es la migración? ¿Un reto? ¿Un problema? ¿Un fenómeno natural?
R. Es un impulso inevitable, muy conectado con la esperanza, como decía antes. Y la esperanza es inextirpable, es natural, como la empatía. Hay una necesidad humana: si donde estás no puedes desarrollar tus potencialidades, pues buscas la manera. Porque ese es el sentido de la vida.
Se han sembrado unos valores de individualismo y competitividad que no tienen que ver con lo colectivo
P. “Si tanto te gustan los migrantes mételos en tu casa”
R. De los temas que desencadenan mayores mensajes de odio machista son los relacionados con la migración: es muy frecuente que nos digan a las mujeres que trabajamos en esto que los “metamos en nuestra casa” o que “nos coja una manada de africanos”. Y es curioso cómo el sistema nos lleva a admirar heroicidades individuales: “arréglalo tú”, pero negando las soluciones colectivas que son las que van a la injusticia de fondo.
P. ¿Qué aproximación política hay que darle a la migración?
R. Que la derecha democrática y la izquierda tengan la tentación, por miedo a perder votos, de ser laxas en la defensa de los derechos humanos o de estigmatizar a los migrantes, es justificar el discurso racista de la extrema derecha. Hay que hacer como Zohran Mamdami en Nueva York: negar la mayor. La migración no es un problema ni está relacionada con lo delictivo. Salirse de ese marco.
P. ¿Ellos y nosotros?
R. Hay otro ellos y otro nosotros: las élites extractivas ambiciosas frente a la sociedad civil.
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