Ir al contenido
_
_
_
_

Íñigo Ramírez de Haro, cuñado de Esperanza Aguirre: “Después de cinco años de ser vilipendiado, esta sentencia me devuelve el honor”

El dramaturgo y exdiplomático ha ganado el juicio a su hermano por la venta de un ‘goya’. En su nuevo libro, ‘Los hipócritas’, hace una ácida descripción de la carrera diplomática

Sergio C. Fanjul

Íñigo Ramírez de Haro (Madrid, 71 años) está satisfecho: ha ganado el juicio a su hermano mayor Fernando, marido de Esperanza Aguirre, por la venta de un goya de su familia, la casa de Bornos, que formaba parte de la herencia del padre. “Después de cinco años de ser vilipendiado y calumniado, esta sentencia me devuelve el honor y resuelve el comportamiento inmoral y sin escrúpulos de mi hermano”, dice a EL PAÍS este martes a la mañana por teléfono, un día después de darse a conocer la resolución.

El cuadro, un retrato de Valentín Belvís de Moncada Pizarro, conde de Bornos (el mismo título que ostenta el marido de Aguirre), lo había comprado en 2012 el empresario Juan Miguel Villar Mir por 5.800.000 euros. Ahora el hermano mayor ha sido condenado a pagar a Íñigo 853.732,83 euros. “Este ha sido el juicio de un ciudadano de a pie contra una política poderosa como es Esperanza Aguirre. Si mi hermano pudo hacer todas las ilegalidades fue porque se sintió protegido por su poder. Y, sin embargo, contra las presuntas manipulaciones a los jueces, esta sentencia demuestra que en España existe la justicia imparcial e independiente”.

El litigio por el lienzo de Goya no solo ha supuesto pasar por los tribunales, sino que ha generado una fractura en los Ramírez de Haro y, no solo eso, una mancha en la casa de Bornos, a juicio del Íñigo. “Hay quien prefiere traicionar por codicia los sentimientos y la historia de la familia. A mí ahora me parece que todo era mentira, apariencia, no había sentimiento real”, apunta el marqués. “La cuestión monetaria es importante, pero más grave es descubrir que toda una historia de sentimiento era falsa: es un dolor que no se puede reparar”.

Íñigo Ramírez de Haro es el marqués de Cazaza en África, un título que los Reyes Católicos crearon para el tercer duque de Medina Sidonia, bajo cuyo mandato se conquistó la plaza marroquí. De ahí, quizás, sus buenas maneras y su amplia formación, pero Ramírez de Haro también es todo lo contrario: un ilustrado, un librepensador, un renegado de la aristocracia.

Por eso lo que llama la atención es su sonrisa pícara, la lengua ácida, el buen humor, los aires progresistas y rabiosamente ateos. E independientes. “España es Inquisición, y guerracivilismo. Los rebaños se odian entre sí, aquí no existe la posibilidad de discrepar estimando, como decía [José Antonio] Maravall: aquí solo se puede discrepar increpando”, sentenció hace dos semanas en una entrevista en Madrid con este periódico con motivo de la publicación de su nueva novela, Los hipócritas (Renacimiento).

goya

En su vida se ha escenificado una tensión entre varios polos: el diplomático que representa a España en el escenario internacional y el dramaturgo irreverente que en una obra titulada Me cago en Dios, estrenada en 2004, criticaba con el vitriolo debido los casos de pederastia en la Iglesia católica. Aquella obra, que supuso un gozne en su trayectoria, le costó algunos años de amenazas de muerte por parte de elementos ultraderechistas (de los de “¡Viva Cristo Rey!”) y afectó a su carrera diplomática: cuando ya se veía en el momento vital de llegar a embajador, el escándalo le cerró las puertas.

“Nunca te nombraré embajador de España por las cosas que has escrito sobre la Iglesia”, dice que le dijo el entonces ministro de Exteriores José Manuel García Margallo. El autor piensa que, al final, no le fue tan mal, como cónsul de Cultura en Nueva York o embajador adjunto en la Unesco, en París. En realidad, suena bastante bien. “Yo he tenido una peripecia fascinante gracias a la mediocridad de los ministros de Asuntos Exteriores que he conocido”, dice. Llama “gran inquisidor” al popular Margallo y “pequeño inquisidor” al socialista José Manuel Albares, ahora en el cargo. “A mí me han tocado esos que entre ellos se odian pero que coinciden en que el autor de Me cago en Dios no puede llegar a embajador”, dice.

Su nueva novela, Los hipócritas, trata precisamente sobre las luces y sombras de la diplomacia: la protagoniza un viejo diplomático, progresista y ateo, que conversa con una joven becaria, conservadora y católica, mientras se elige a la nueva directora general de la Unesco. Una novela muy dialogada en la que se nota la raigambre teatral del autor. “La vida diplomática es fascinante: no hay carreras en las que te paguen bien y puedas vivir en tantos países”, dice Ramírez de Haro, que ha vivido por cuatro continentes, de Nueva York a París, de Japón a Colombia, de Kinsasa a Belgrado. “Así ves que en todos los sitios es igual, que toda la gente vive más o menos por lo mismo, que todo el mundo quiere las mismas cosas elementales. Y que todos los conflictos se generan sobre la superestructura del nacionalismo, del odio al vecino, al migrante”.

Ahora retirado en Italia, de la diplomacia critica la verborrea solemne, la frecuente desconexión con la realidad y la inacción que se da, a su juicio, en muchos diplomáticos. “Esta es una carrera que te permite ser tú mismo, te lo tienes que inventar todo. Es muy interesante llegar un sitio que tienes que conquistar, haciendo contactos, moviéndote, organizando, cuando el primer día no conoces a nadie”, cuenta. El objetivo: vender a tu país en el extranjero, que se hable y se conozca, que empresarios o artistas tengan una oportunidad. Por ejemplo, en su estancia en Belgrado, Ramírez de Haro consiguió negociar una serie televisiva en la que apareciera una pareja serbia-española (en 2015 Margallo le destituyó por aparecer en la prensa serbia llamándole “inquisidor”).

“Hay muchos mediocres, el buen diplomático es el que se inventa el trabajo, el que hace lo que nunca se ha hecho”, explica. Aunque, a su juicio, la manera más fácil de medrar es ingresando en uno de los dos grandes partidos e invitando a cenar en casa (hay que especializarse en un par de platos) a esos que te pueden aupar. “España es una amigocracia”, dice.

La obsesión de Ramírez de Haro con la religión le viene de su niñez en los jesuitas y en el entorno aristocrático. “Estudié en los jesuitas y me declararon subnormal a los 11 años. Mi vida se enfocó a tratar de demostrar que no lo era, así que me dedique a hacer lo más difícil”, cuenta. Así se metió en Ingeniería Aeronáutica, en la que le fue muy bien porque era bueno en la matemática y la pizarra: hasta le salió un trabajo en Estados Unidos dentro de la empresa de aviación McDonnell-Douglas. “¡Y eso cuando Estados Unidos era un sueño y en España follar no era pecado, era milagro!”, dice. Pero las rigideces de la ingeniería se vieron contrastadas por la fluidez de la interpretación. Ramírez de Haro se hizo actor, director teatral, dramaturgo. En su estancia diplomática en Bogotá, programó el Teatro Popular y creó una compañía iberoamericana.

“Las religiones tendrían que estar prohibidas hasta los 18 años, como el alcohol”, dice Ramírez de Haro, preocupado también por cierta recuperación de los sentimientos religiosos en ciertas partes del mundo y la sociedad, por la pérdida de valores universalistas, por la debilitación de la democracia y la imposición de la ley del más fuerte. Escapar de la religión era también escapar del mundo cerrado y opresivo de la aristocracia (al que ha dedicado libros como La mala sangre, en Ediciones B, o El caso Medina Sidonia. La polémica historia de la Duquesa Roja, en La Esfera de los Libros) que, si bien en tiempos antiguos estaba relacionada con la ejemplaridad, ahora defiende que es otra cosa: “La nobleza ahora no persigue la excelencia, son un grupo de gente fea, católica y sentimental, que diría Valle-Inclán, si no son del PP son de Vox, dedicados básicamente a nada”, se queja el autor. “Ahora lo que hay es una aristocanalla”, añade.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

¿Tienes una suscripción de empresa? Accede aquí para contratar más cuentas.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Sobre la firma

Sergio C. Fanjul
Sergio C. Fanjul (Oviedo, 1980) es licenciado en Astrofísica y Máster en Periodismo. Tiene varios libros publicados y premios como el Paco Rabal de Periodismo Cultural o el Pablo García Baena de Poesía. Es profesor de escritura, guionista de TV, radiofonista en Poesía o Barbarie y performer poético. Desde 2009 firma columnas y artículos en El País.
Rellena tu nombre y apellido para comentarcompletar datos

Más información

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_