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Obituarios
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Muere Christian Caujolle, teórico y comisario de fotografía que se fijó en las periferias

A diferencia de otros, el francés sabía dónde se hallaba el interés de las fotografías: no en el objeto, sino en las personas

El día 20 de octubre murió Christian Caujolle, a quien tanto debemos. Tenía setenta y dos años, aún le quedaba mucho por pelear. Su marcha es una gran pérdida para la fotografía pues, este luchador, para el que esta columna se quedará corta, seguía pensando, cuestionando y creando puentes entre las personas a través de la fotografía. Había nacido el 1953 en Sissonne, al norte de Francia, y murió en la ciudad de Tarbes, al sur, cerca de los Pirineos. Desde el año 2020 se había instalado en Toulouse, donde llevaba a cabo la dirección artística del Chateau d’Eau, la primera galería fotográfica en Francia, fundada en 1974 por Jean Dieuzade, el fotógrafo que, en sus años de estudiante, le descubrió el poder de la fotografía como herramienta de pensamiento. La mitad del año la pasaba en Nom Pen, Camboya, donde dirigía desde 2008 el Festival Photo Phnom Penh.

Christian estudió Filología en la universidad, concretamente, lengua española. Pero su inquietud intelectual se dirigió a la filosofía. Para un estudiante de los años setenta, después de los hechos del 68’, el compromiso político se encontraba en el centro de interés. Fue alumno de Roland Barthes y de Michel Foucault, con quien colaboró desde muy joven y mantuvo una estrecha amistad. Caujolle comenzó su tesis doctoral bajo la dirección de Pierre Bourdieu, pero la abandonó decidido a ser periodista. Por una casualidad, según explicaba, empezó a trabajar en la edición gráfica en la redacción de Libération, un diario dinámico que hacía un tratamiento diferente de la realidad.

En la mesa de edición no perdía el tiempo en la contemplación de las imágenes, las pensaba. Christian era un pensador. Muchos editores y comisarios quisieron imitarlo. Pero, ¿sabéis eso del tonto que mira el dedo del sabio que señala la luna? Christian Caujolle, a diferencia de otros, sabía dónde se hallaba el interés de las fotografías: no en el objeto, sino en las personas. Las que eran sujeto en las imágenes, las que habían hecho esas fotografías y las que, finalmente, las habían de mirar. Christian tenía una capacidad extraordinaria para distinguir, separar y llegar al sentido profundo expresado en las imágenes. Su gran lección fue demostrar que las fotografías son mensajes que viajan a través del tiempo. Independizadas de la función documental en la prensa, las imágenes revelan dudas, cuestionan certezas, son las encargadas de abrir el debate de la posición hegemónica que ellas mismas ocupan como documentos para la historia.

Esta revolución necesitaba entornos más libres que hasta el momento habían estado reservados a la creación artística. Con esa idea, en 1986 creó la Agence Vu’, a la que nombró como la agencia de los fotógrafos, una plataforma para la difusión de su creatividad. Los discursos, los intereses, las maneras de mirar, debían ser el cauce para comunicar las temáticas tratadas. Era necesario expandir el repertorio de fotógrafos, territorios y culturas. Enseguida se comprometió a investigar y difundir las visiones periféricas de la Europa del sur y en el tercer mundo.

En 1997 realizó su sueño de abrir una galería de fotografía como un espacio para la reflexión, libre de aplicaciones y de encargos. Así nació VU’ La Galerie coincidiendo con la primera edición de la feria Paris Photo. En el elenco de la galería reunió todas las formas de fotografía: profesionales sencillos, documentalistas puros, fotoperiodistas, etc. Y también autores más cercanos a las artes plásticas que intervenían gráficamente las fotos sin perder el referente documental, como Philip Blenkinsop. Dejó paso al intimismo con la inclusión de autores como Antoine d’Agata, Anders Petersen o Christer Strömholm. Pero la característica de su equipo de autores fue su diversidad cultural. Caujolle se esforzó por acercar las voces periféricas a los mercados occidentales. No le movía el interés pecuniario, sino introducir, allá donde se supone que se debate la contemporaneidad, discursos y maneras de ver diferentes. Abrir la ventana para que el aire de otras culturas refrescara los estereotipos con el fin de desviar algo el eje del etnocentrismo occidental. Caujolle, que había sabido reconocer lo mejor de la fotografía de autor en Francia, buscó fotógrafos en España, en Marruecos, en África y, finalmente, en el sureste asiático.

La fotografía española se hizo importante de la mano de Christian Caujolle, quien dio a conocer en el entorno internacional el talento de nuestros mejores y más premiados artistas. Él los supo ver, los defendió antes de que nadie se hubiera fijado en ellos. Los nombres de Cristina García Rodero, Isabel Muñoz, Ricard Terré, Virxilio Vieitez, Juan Manuel Castro Prieto, José Manuel Navia, entre otros, le deben su proyección internacional y la lectura profunda de sus trabajos en la selección de imágenes y la interpretación que llevó a cabo en sus textos.

En este diario hemos tenido ocasión de leer sus textos, gracias a los cuales comprendimos algo más del lenguaje y la función de la fotografía. Caujolle supo interpretar la ética, la estética y el compromiso político que daba coherencia a las imágenes y las hacía necesarias en el mundo contemporáneo. Ética, estética y política, fue el título que escogió para su comisariado en los encuentros de Arles de 1997. Para él, la fotografía necesitaba de ese compromiso de izquierdas, debía apoyar el desarrollo integral del ser humano, comprometerse en la visibilidad de las causas silenciadas, las minorías. La libertad de expresión. Huyó siempre del decorativismo, del lugar común, de la anécdota, de la adoración a lo suntuoso y de la ingenuidad buenista que envuelve determinados trabajos fotoperiodísticos. Siempre trató de subrayar las causas que motivan la injusticia.

Quizá fue el primer comisario que se planteó la inclusión de la fotografía en el ámbito de la discusión política. Rompió el ensimismamiento de la obra y ejerció de mediador con públicos de todo tipo. Su trabajo no se detenía en la obra, sino que debía asegurarse de que aquella iba a ser comprendida por el público, creando el espacio adecuado para que obra y espectador confluyeran, dispuesto a escuchar las respuestas y las preguntas que los implicados en la imagen le pudieran llegar a formular. Quedaba mucho que aprender de él, de su constante labor de investigación, de sus apuestas estéticas. Por eso su pérdida es tan grande.

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