El lado humano de László Krasznahorkai, experiencias y acontecimientos que dieron forma a su arte
Para comprender de verdad la autenticidad y el peso de su voz, conviene acercarse al escritor detrás de las palabras, que halló la inspiración de su literatura entre los más vulnerables

Al escuchar el nombre László Krasznahorkai, muchos piensan inmediatamente en frases interminables y ondulantes, en paisajes desolados y en visiones apocalípticas. El escritor húngaro —galardonado con el Premio Internacional Man Booker en 2015 y el Premio Nobel de Literatura en 2025— ha dedicado su obra a explorar las crisis más profundas de la existencia humana y de la historia universal. Sin embargo, para comprender de verdad la autenticidad y el peso de su voz, conviene acercarse al hombre detrás de las palabras: al elitista incorruptible que halló la inspiración de su literatura entre los más vulnerables.
László Krasznahorkai nació en 1954 en Gyula (Hungría), y pasó su infancia en la Gran Llanura húngara (Alföld). Aunque estudió Derecho y Literatura en Szeged y Budapest, fueron los años en Gyula —y la experiencia de huir de allí— los que moldearon más profundamente su visión del mundo.
En una entrevista, el autor confesó que a los 18 años escapó de Gyula, rebelándose contra su familia y su ciudad natal. Ese acto de huida frente a las imposiciones familiares y sociales ya contenía el motivo que atravesaría toda su obra: la ambivalencia entre la libertad y la fuga. Cuando regresó más tarde, descubrió que el lugar del que había partido ya no era el mismo. Así se incorporaron a su universo literario los temas de la destrucción irreversible y del orden perdido.
Ese sentimiento no me resulta ajeno: mi padre también procede de esa región, y cuando se marchó y luego volvió, también descubrió que el mundo de su infancia había cambiado por completo.
Su novela Sátántangó (1985), que marcó su consagración, nació de una experiencia semejante: un ingreso forzado en un mundo desconocido. Inspirado por sus vivencias juveniles, Krasznahorkai eligió libremente retratar “la vida de los más explotados y miserables”. Esa experiencia le otorgó a su obra una sensibilidad social inquebrantable y una crítica feroz hacia la realidad. La brutalidad cotidiana penetró tanto en su conciencia que llegó a afirmar: “No estamos preparados para la realidad. Esperamos esas cosas… de las novelas. Pero jamás esperamos encontrarnos con algo que no encaja en lo que llamamos nuestra propia realidad.”
El viajero del mundo y la influencia oriental
Tras la caída del comunismo (1990), Krasznahorkai se convirtió cada vez más en una figura de la literatura universal. Sus viajes —desde Mongolia y China hasta Bosnia y Estados Unidos— lo pusieron en contacto con innumerables culturas. Estas experiencias no fueron un mero telón de fondo, sino que moldearon de manera profunda su visión literaria.
En su prosa, la sensación centroeuropea del apocalipsis se mezcla con la mirada filosófica oriental. La experiencia de la desintegración siempre va acompañada del deseo de renacer; tras el caos, se oculta la búsqueda de un orden trascendente. La paciencia, como método de escritura, también se relaciona con esa visión oriental: “El estilo —dice— es, en realidad, la velocidad correctamente elegida”. No es la voluntad humana, sino la atención sostenida y lenta la que permite que el objeto aparezca, tome forma y finalmente se disuelva.
Entre los acontecimientos más importantes de su vida destacan su amistad con el poeta beat estadounidense Allen Ginsberg, quien lo apoyó durante la escritura de Guerra y guerra, y su colaboración de décadas con el director de cine Béla Tarr. Tarr adaptó varias de sus novelas (Sátántangó, Armonías de Werckmeister, El caballo de Turín), y ese trabajo conjunto contribuyó enormemente a la proyección internacional de Krasznahorkai. El universo visual y el ritmo de las películas de Tarr están profundamente emparentados con el fluir hipnótico de la prosa del escritor.
El elitista y el compatriota
En cuanto a su personalidad, Krasznahorkai se considera a sí mismo un elitista incorruptible, incapaz de mirar con indulgencia la ignorancia o los peligros latentes en las masas desposeídas. En sus entrevistas, formula críticas severas y demoledoras sobre el estado de la sociedad húngara contemporánea, sobre la desesperanza y la “generación perdida”. Sin embargo —como ha señalado su editor—, esas críticas nacen del amor por su país y de la preocupación por él, no del distanciamiento.
Sus obras, aunque de alcance universal, tratan los temas de la vulnerabilidad, el engaño y la opresión desde una base visceralmente húngara, lo que les otorga autenticidad y fuerza.
Krasznahorkai aparece como un autor único, imposible de encasillar en una fórmula literaria, pero su amistad con Miklós Mészöly y su afinidad con Imre Kertész revelan su pertenencia a una tradición dentro de la literatura húngara. Su lado humano —las raíces rurales, la rebeldía juvenil, el intelecto viajero, la empatía social y el diagnóstico despiadado de la sociedad— completa el retrato de un escritor que ha dado una de las voces más visionarias a la literatura mundial del siglo XXI.
Su arte reafirma el poder del arte incluso en medio de la destrucción, y nos enseña que la búsqueda del sentido más profundo de la existencia exige lentitud y atención.
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