Gloria Estefan le sale rana a Ayuso y elogia a los inmigrantes de todas las culturas
La reina de la música latina regresa a España al frente de una banda de 16 músicos y ocupa durante casi dos horas la Plaza de Colón con un dignísimo concierto gratuito

“Libre, libre para expresar lo que siento en el corazón y no tengo que callar”. La letra lleva escrita y publicada desde 1989, y tampoco permite deducir una pericia literaria superlativa, pero alguno (y no digamos alguna) se emocionaría pensando que no hay manera más emotiva de prender la mecha desde el corazón mismo de la autoproclamada tierra de la libertad. El primer verso de Oye mi canto resonó en la Plaza de Colón a las 13.08, con puntualidad razonable y apenas tres minutos después de que la principal promotora de este concierto gratuito de Gloria Estefan (para el público, no para las arcas autonómicas: 480.000 euros), la presidenta regional Isabel Díaz Ayuso, accediera a la zona vip frente al escenario y esbozase una sonrisa tímida mientras se aprestaba a los consabidos selfis de la afición. Que ni fueron tantos ni tan efusivos como podríamos pensar en tan señaladísimo enclave, epicentro de ese Madrid que es “España dentro de España” (lo que quiera que signifique eso).
¿Merece la pena un concierto de Gloria Estefan en 2025? Razonablemente sí, más allá de que la superestrella habanera afincada en Miami lleve todo el siglo XXI —que ya no es un recién nacido— a varios años luz en cuanto a éxito y popularidad de lo que le conocimos en aquella inflexión entre los años ochenta y noventa.
La reina de la música latina más exportable, el espejo artístico y mercadotécnico en el que se acabarían mirando antes o después Ricky Martin, Jon Secada, Chayanne y casi todos los nombres que les sugiera a renglón seguido el algoritmo, conserva a sus 67 años la voz poderosa y precisa, bailotea con moderación y tino razonables y, sobre todo, despliega en escena hasta ¡16! efectivos, con generosas secciones de percusión, segundas voces y un quinteto de vientos, para que su salsa sencillota y muy bien manufacturada se expanda por la plaza con todo su esplendor. Y, con independencia de las afinidades sonoras de cada cual, estos esfuerzos se agradecen en la era de los conciertos verticalizados a mayor gloria (perdón) de Instagram (y cosas peores).

Estefan acaba de publicar nuevo álbum, Raíces, después de largos periodos sin dar señales de vida. Si desconocían este detalle o no han acabado de escucharse sus 12 cortes, tampoco se sientan abrumados por el cargo de conciencia: ella es la primera que pasa por alto el nuevo elepé, más allá de Chirriqui chirri (con Nathy Peluso en el vinilo y como inesperada estrella invitada durante el último suspiro de la canción) y del “respeto del uno para el otro y el orgullo de donde venimos” que expresa la balada que le da título.
La interpretación de ese Raíces llegaría a la media hora de matiné, justo después de que Díaz Ayuso se hubiera abrazado y fotografiado efusivamente con una ciudadana que lucía una camiseta de elaboración propia con el lema A mí me gusta la fruta en la espalda. La presidenta alabó ante las cámaras la ocurrencia con el pulgar en alto: no hay como festejar y reconocer el ingenio, oiga, y por la zona noble pululaba abundante gente ingeniosísima.

Un hombretón se envolvió con bandera cubana y un sombrero de Stop comunism para avalar el inquebrantable amor de los prebostes locales y autonómicos por la diversidad, ya sea en los días en que funcionan las cámaras municipales por las calles o en la programación de su irreprochable tele pública. Un fotógrafo le espetó a la dirigente popular un “Vamos, que tienes que conseguirlo”, sin aclarar muy bien el qué (aunque quizá no haga falta mucha imaginación). En realidad, merecía mucho más la pena echar un vistazo por la primera fila del público, repleta de gente noble, bella y humilde, con banderas de media Latinoamérica y, en el caso de una mujer en el lateral izquierdo del escenario, incluso con una muñeca de su ídolo convertida en una suerte de Barbie.
El problema es que la generosa zona acotada para invitados alejaba al público del escenario, pese a la excelencia del sonido. Y entre la distancia, el calor inusitado para esta época del año (23 grados a la sombra, pero con el sol cayendo a plomo) y la falta de fervor propia de los eventos gratuitos, hubo que esperar la llegada del merecidídidimo exitazo de Mi Tierra, tras casi hora y cuarto de espectáculo, para que se desvaneciera algo esa languidez que para entonces se había apoderado de la muchedumbre, quizá ya más pendiente, a las 14.20, de los pinchazos del hambre que del centrifugado de caderas.
Lo cierto es que la “Reina de la música latina” cumplió de largo con lo que podía esperarse de ella: un espectáculo generoso en duración e ingredientes, un compromiso inequívoco con un oficio que lleva ejerciendo desde hace más de medio siglo y la suficiente mesura y buen criterio como para no pisar charcos ni meterse en berenjenales. O más bien al contrario: justo antes de dar paso a Cuba libre, su única pieza de temática remotamente política, la intérprete de Con los años que me quedan, Corazón prohibido y Tu fotografía recordó que a su marido, Emilio Estefan, “le abrieron las puertas en España” antes de afincarse en Miami, y razonó: “Todos sabemos lo que aportan los inmigrantes en el mundo. Somos seres humanos y todos queremos lo mismo”.

Tal vez a su mentora se le atragantase en ese momento la cerveza sin alcohol, aunque antes de eso ya había tenido que escuchar: “Hay que querer a las personas de otros lugares, aunque no los entendamos”. Todo un aldabonazo (involuntario) contra la línea de flotación de esa apología de la xenofobia según la cual habría que “priorizar a los inmigrantes con afinidad cultural”.
Para colmo de imprevistos ideológicos, Estefan concedió unos minutos de protagonismo a su hija, la cantante y excelente percusionista Emily Estefan, que, antes de explayarse con un popurrí de “mujeres empoderadas” (desde Billie Holiday a Alanis Morisette, Lisa Stanfield, Celia Cruz o Chaka Khan), recordó su orientación sexual con un “A mí me gustan las mujeres” que no sonó precisamente a reconocimiento del Estado de Israel, como en algún delirante argumentario sionista hemos escuchado estas últimas semanas.
Gloria presentó a su retoño como “una de las mejores artistas que he conocido en toda mi vida”, de igual modo que también presumió de marido con toda la legitimidad del mundo. Aunque deslizó un pequeño chascarrillo al respecto: “Este septiembre cumplimos 47 años de casados y 49 juntos. Hubo un año en que él fue mi jefe [en Miami Sound Machine], pero ahora dicen que la jefa soy yo…”.
Al final hubo que esperar hasta las tres en punto de la tarde, tras casi dos horas de música, para despedir a la reina y su nutrida troupe. Una mujer todavía en buena forma artística, acaso mejor de la que muchos habrían pronosticado, y lo bastante cordial como para repartir parabienes, elogios “a este idioma castellano que nos une” y hasta recuerdos para Pola de Siero, la tierra asturiana de su abuelo. Y todo ello desde Colón y no en torno a la Puerta de Alcalá (¿cómo no se te habría ocurrido antes, Miguel Ángel?), con buena organización y sin grandes apreturas.
A la vista de los acontecimientos, habremos de convenir en que la contratación de la gran vocalista cubana para los fastos de la Hispanidad no fue mala idea (y menos aún lo es la de Babasónicos, este próximo viernes en la Puerta del Sol). ¿Quién lo iba a decir?

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