El cine francés fija su mirada en la mafia y el terrorismo en Córcega: la violencia que se hereda
‘El reino de la mafia’ y ‘La fotógrafa corsa’ coinciden en plataformas con una visión descarnada de los años de plomo en la isla


—¿Tienes miedo?
—Todos tenemos miedo. Los que llevamos esta vida respiramos el miedo. Nos alimenta. Y eso nos mantiene vivos.
Este diálogo entre un padre y su hija adolescente, miembro el primero de uno de los clanes de la temible mafia corsa, e inserto en una de las secuencias de la película francesa El reino de la mafia, refleja tanto el aliento interior como la furia exterior de unos seres humanos al margen. Hombres solitarios, amables, tranquilos, nobles, cariñosos y sacrificados con sus familias. Hombres que matan.
—Las capuchas, las armas, ¡vuestra mitología de mierda! Ahora este país alaba a los asesinos.
Este otro diálogo nada tiene que ver con la mafia, sino con el terrorismo, pero está ambientado en el mismo lugar. Y pertenece a otra película, La fotógrafa corsa, historia de agitación política en torno al Frente de Liberación Nacional de Córcega (FLNC), la organización terrorista que preconiza la formación de un estado independiente en la isla, en proceso de desarme desde el año 2014. El reino de la mafia, dirigida por Julien Colonna, está ambientada en los años noventa. La fotógrafa corsa, dirigida por Thierry de Peretti, transita por los ochenta y noventa, y llega hasta los primeros años del siglo XXI. Ambas coinciden ahora en plataformas (las dos, en Filmin; la primera, también en Prime Vídeo). Una moneda con dos caras, ambas de una violencia atroz, que además confluyen en uno de los hechos reales que recorren la ficción de La fotógrafa corsa: el juicio en Lyon del comando del FLNC que en junio de 1984 se infiltró en la cárcel de Ajaccio, la capital de Córcega, para matar a Jean-Marc Leccia y a Salvatore Contini por haber secuestrado y asesinado anteriormente a un joven militante llamado Guy Orsoni. De Contini se decía que daba de comer a sus cerdos los restos de sus víctimas. El terrorismo independentista y la mafia, unidos, y hasta enfrentados. La criminal historia reciente de la isla.

Estrenada en la sección Una cierta mirada del festival de Cannes de 2024, El reino de la mafia podría entroncar con aquel extraordinario episodio de Los Soprano en el que Tony lleva a su hija Meadow a visitar universidades en las que estudiar, mientras acribilla a un soplón con el que se ha encontrado por casualidad en el viaje. Un buen padre pendiente de la educación de su hija que, sin embargo, tiene instalado en la sangre el gen del crimen y que, consciente o inconscientemente, se transmite generación tras generación viviendo en la clandestinidad. Casi como un concepto atávico que, a través de tradiciones paganas y de supersticiones, en Córcega ayuda a coexistir entre la angustia del miedo y la naturalidad de las comidas entre familias, en el campo o la playa y con el cariño de los padrinos. Es el destino trágico —como el de Michael Corleone en la obra maestra de Francis Ford Coppola— de una adolescente que ama a su padre como cualquier hija.

Con estilo cercano al cine social en la puesta en escena, el montaje, la luz y hasta el tono, Colonna, el director, utiliza una banda sonora con ecos del compositor estonio Arvo Pärt que otorga al mismo tiempo una atmósfera de inquietud y un cariz casi religioso. La violencia, hasta cerca del desenlace, queda fuera de las imágenes. Se informa sobre ella y se ven las consecuencias, pero El reino de la mafia no es una película de género ni de acción. Si acaso, podría llegar a definirse como un singular polar (el cine negro francés) de corte social. La clave está en la mirada de la chica, huérfana de madre, que intenta comprender, aunque todo lo sepa, situada en una encrucijada entre salir pitando de semejante ambiente o unirse para siempre a la fiesta del asesinato.
Ahora bien, aún hay más, y no es baladí: tras el estreno, los medios de comunicación franceses desvelaron que el director es hijo de Jean-Jérôme Colonna, alias Jean-Jé, muerto el día de Todos los Santos de 2006 en un accidente automovilístico, y presunto capo de la mafia. Según contaba el diario Le Monde en un artículo del pasado noviembre, la estadounidense Administración para el Control de Drogas (DEA en sus siglas en inglés) consideraba a Jean-Jé como “el líder indiscutible de un clan criminal que gobernó el sur de Córcega durante 30 años”.

La fotógrafa corsa, por su parte, se centra en la novia de uno de los jefes del FNLC, entre himnos nacionalistas, reivindicaciones y atentados contra la “opresiva” Francia y contra sus “colonos”. “¡Pueblo corso, adelante! ¡Córcega soberana!”, gritan y cantan en las fiestas callejeras y en las escenas de recibimiento con honores a sus “héroes trágicos”, tan semejantes a las de los terroristas de ETA en ciudades y pueblos del País Vasco. Pero, a diferencia del estilo de Colonna en El reino de la mafia, cercano y emocionante, De Peretti, al mando de esta segunda película, estrenada también en Cannes, pero en la Quincena de Cineastas, prefiere mirar desde lejos. Planos fijos alargados en el tiempo y una meridiana huida de cualquier tentación melodramática o de género.
De nuevo, la acción nunca se ve, solo se cuenta. Su objetivo está en las imágenes que captura la chica protagonista de todo el grupo, y la relación de estas con la verdad. De hecho, así se titula la novela en que se basa la película (y así es su título original francés antes del rebautizado español La fotógrafa corsa): À son image (A su imagen), de Jérome Ferrari, publicada en España por Libros del Asteroide. Un enunciado que bien podría haber definido también la relación entre padre e hija en El reino de la mafia.
De Peretti reflexiona sobre la dicotomía entre el valor de las causas y el valor de las vidas (“¡Nada justifica un asesinato!”, se dice en la película), establece una especie de voz de la conciencia en la persona del padre de la protagonista y, aunque se trate de una ficción, inserta puntos de conexión con la realidad y con parte de la funesta historia de la isla. Así, por su relato aparece el asesinato de Robert Sozzi, perteneciente al FNLC y acribillado por uno de los suyos “por discrepancias en las ideas” y “en defensa preventiva legítima”.

El reino de la mafia y La fotógrafa corsa hablan ambas del posible contagio del crimen a través de la familia y del amor, ya sea consanguíneo o sentimental. De mirar hacia un lado o hacerlo de frente. De saber quiénes son los que te rodean, qué piensan y a qué se dedican. Colonna, forjado en sus ambientes, tiró de recuerdos y sensaciones y apuntó no con un rifle sino con su cámara de cine, conformando, según afirmó en una entrevista con France 3, “una película de guion, y no de memoria”.
Siempre hay al menos dos posibilidades: dejar pasar o afrontar la realidad. Constantes habituales de la mafia y del terrorismo. También del fanatismo. Y ahí un diálogo entre la fotógrafa y su novio, el ficticio Pascal, revela parte de sus esencias. Cuando la mujer le pregunta cómo le gustaría ser recordado al morir, el terrorista responde: “Quiero que digan que fui recto”. El fanatismo, que nunca se desvía.
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